Como el fantástico y bello movilizador de masas que es, el futbol está lleno de clichés.

Me saltan algunos rápidamente de la memoria: “Hay que hablar en la cancha”, “Nunca hay que dar una pelota por perdida”, “Es un jugador que todos los entrenadores quieren y que todos los equipos necesitan”.

Todos, se acoplan perfectamente a lo que significa Uriel Antuna con su agradable y, sobre todo, sorpresiva irrupción en la escuadra tricolor.

Antuna es un jugador atípico, no sólo por su estética al moverse dentro del campo, sino por la manera en que ha aprovechado cada minuto disputado con la camiseta mexicana; una camiseta que, por mucho que se ha abaratado con el paso de los años, sigue y seguirá siendo, por los siglos de los siglos, poco menos que una deidad nacional.

Complicado, por decir lo menos, resulta pensar que Antuna mantenga este ritmo como jugador de la Selección.

Y más complicado aún, que Antuna logre hacerse un hueco como titular, cuando los pesos pesados del equipo como Hirving Lozano, Carlos Vela o Javier Hernández, regresen por el sitio que indiscutiblemente les pertenece.

Uriel Antuna habla en la cancha, no da nunca una pelota por perdida, y es también un jugador que todos los entrenadores quieren y todos los equipos necesitan.

La sensación normal y común es celebrar que Uriel haya llegado la Selección, aunque todavía no sepamos para qué.

Nos leemos la siguiente semana. Y recuerden: la intención sólo la conoce el jugador.