Conocí a don Urbano Deloya por su voz. Las mañanas de los sábados la radio de mi casa se encendía para escuchar un programa que de origen me pareció incomprensible.

Por las ondas hertzianas se escuchaba a un hombre que describía lugares, momentos, sabores, sonidos y vivencias que con los años empezaron a parecerme familiares.

Era no sólo la voz, sino las emociones que transmitía un hombre apasionado por la “Puebla de sus amores”.

Era difícil para un niño de 10 años entender las razones que llevaban a un hombre transmitir tantas emociones al relatar y describir cada rincón, cada monumento, cada platillo, cada vestimenta y cada detalle de la ciudad que —literalmente— lo enloquecía.

Cómo imaginar que diez años después, conocería al dueño de esa voz con la que viajé por Puebla todos los sábados de mi niñez.

Y no lo conocí en una banqueta, ni en un encuentro fortuito; lo conocí —no podía ser de otra manera—, un sábado en la antesala de Radio Tribuna, cuando salía de una de sus tantas emisiones de “Puebla de mis amores”.

Era el día en que yo arrancaba con la primera emisión de Cargando la Suerte, programa taurino que conduje acompañado de Toño Casanueva Fernández durante algunos años.

Debo confesar que estaba más impactado por encontrarme con don Urbano, que por el arranque de mi primer programa de radio.

De esas coincidencias de la vida, don Enrique Montero me asignó para este programa el horario posterior al de Urbano Deloya. Ni más, ni menos.

Recuerdo que ese día mí invitado especial y padrino de la emisión era José María Arturo Huerta, heredero de la ganadería de Reyes Huerta y hoy presidente de la Asociación Nacional de Criadores de Toros de Lidia, de la que actualmente formo parte.

Sería mentira si no dijera que en el lapso entre nuestros programas, aproveché el espacio para abordar a don Urbano, quien como buen taurino me deseó mucho éxito. Vaya nobleza de este señor –pensé—, quien no tenía ni idea de lo que sabía ese joven imberbe que osadamente compartía espacios en la misma estación de radio en la que se escuchaban voces como las de Urbano Deloya, José Luis Ibarra, Enrique Kerlegand, Eduardo Merlo, Isaac Wolfson y Enrique Montero Ponce.

Así fue como hice costumbre llegar antes de mi hora para robarle unos minutos a ese viejo del que disfrutaba escuchar sus relatos.

Le pregunté de Manolete y su presencia en Puebla; de Silverio y su carisma; de Garza y su pleito con Emilio Maurer; de Maximino y su faceta taurina y de todo lo que se me vino a la mente. Lamentablemente, no tuve oportunidad de conocerlo fuera de esa antesala de radio.

Pero no se necesitaba más, porque con escuchar sus programas, conocía uno Puebla y se conocía a este hombre que evidentemente amaba a Puebla. La de sus amores.

Por todo esto es que ayer me pegó la nostalgia, al saber que se presentaba en la Biblioteca Palafoxiana el libro titulado “Puebla de Nuestros Amores”, editado por la Fundación Deloya y el Gobierno del Estado.

Mi enhorabuena y felicitación para los hijos de este gran cronista de la ciudad. A Urbano y Guillermo, les reitero mi amistad y en particular el cariño y la admiración a su padre.

Recordar es vivir. Y revivir a esa Puebla que se fue para no volver.