Quiubo, banda intolerante. Como ya se la saben, aquí les viene su héroe de barrio que les trae la información más certera del pancracio político de Puebla.

Así que agárrense, porque me les vengo. Y conste que no les aviso dos veces.

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No cabe duda que las viejas mañas se aprenden. Así merito podría ser el caso de los mal recordados carnales González Vieyra, cuya historia se remonta varios ayeres atrás.

Y esdeque sus orígenes llevan hasta el municipio de Tlachichuca, donde su jefe, Margarito González Navarro, tiene una historia truculenta que parece una mala película de caciques.

El Margarito pasó de andar en la vendimia a tener las riendas de su municipio no sólo con una mano de hierro que se le terminó pasando de tueste. No por algo le sacaron la tarjeta roja de inhabilitación.

Ya encarrilados sus retoños y jurando mil amores a quien se dejara, fue que Uruviel llegó a despachar la presidencia municipal de Tlachichuca con la bendi del Rafa (QEPD).

Y entonces con la aprobación del góber hizo y deshizo a su antojo, en su tierra. Según me cuentan, en su momento presumía que hasta el mismísimo Congreso habría de llegar porque era su mal habido destino.

Aunque eso sí, mi carnales, con harta pachocha por la que hasta hoy le siguen buscando las patitas.

Por eso a nadie sorprende que anden regando el rumor allá por la zona que, a partir del viernes, nomás sus chicharrones tronarán cuando Uruviel se convierta en nuevo alcalde y su carnal Giovanni también.

No hay duda de que los González Vieyra, a donde quiera que vayan, levantan tempestades.

Por mis cuates de por allá, ya le ando pidiendo a Diosito que se les quite eso del cacicazgo y se pongan a chambear. Es lo menos.  ¿O no?