Estudiar y analizar el cuarto informe de gobierno resultó mucho más difícil de lo que había imaginado antes de sentarme frente a la computadora para escribir esta columna.
¿Por donde empezar?
¿Por el contenido tendencioso del discurso?
¿Por el cinismo del gobernador al momento de dibujar una Puebla de cuento de hadas?
¿Por el millonario y grosero despilfarro de recursos en torno al evento?
¿Por la burla del Señor de los Cerros hacia la CNDH por el caso Chalchihuapan?
¿Por desnudar los costos inflados y las absurdas obras de oropel? 
¿Por el mensaje futurista de una absurda campaña presidencial?
¿Por las omisiones en torno a los presos políticos?
¿Por la evasión al conflicto por el agua potable?
¿Por el aborto al inicio de operaciones de la línea 2 del metrobús?
¿Por el desaire de los legisladores priistas poblanos?
Vaya encrucijada para alguien que dispone de 4 mil caracteres para escribir una columna.
Así fue como decidí olvidarme de los números, de las percepciones, de las lecturas políticas y de todos los mensajes triunfalistas que ayer se escucharon de la boca del endiosado anfitrión, para centrarme en la personalidad de un hombre trastornado por su ambición presidencial. 
Lo de ayer no fue un informe de gobierno, fue una puesta en escena para mostrarles a los invitados nacionales una Puebla que sólo existe en la mente perversa de quien quiere brincar de Casa Puebla a la residencia de Los Pinos.
Si hacemos un recuento de las grandes obras del morenovallismo, encontraremos que un alto porcentaje de ellas está centrado en el perímetro de Angelópolis.
La Estrella de Puebla, el Parque Lineal, la Ciclopista, el Centro Integral de Servicios, el Centro Teletón, el Auditorio Metropolitano y el Parque Metropolitano (Valle Fantástico), el Hospital del Niño Poblano, el Parque de la Niñez, la remodelación del Parque del Arte, el Distribuidor de la 31 Poniente, el concreto hidráulico del Circuito Interior y la 31 Poniente confirman que tenemos un mandatario totalmente elitista que gobierna para las clases privilegiadas.
Porque no es posible que el Crédito a la Palabra que tanto presume haya recibido menos recursos que la remodelación del Auditorio Metropolitano. O que la ciclopista se haya construido frente a la zona residencial más cara de Puebla (La Vista), mientras que en colonias como La Popular, Maravillas, La María, Amalucan, La Constancia y muchas más, en donde la bicicleta es un medio real de transporte, no exista un sólo espacio para estos vehículos.
Evidentemente, tenemos un gobernador que padece de una rara especie de autismo (con todo el respeto que me merecen quienes acusan esta sintomatología), en donde vive en un mundo muy diferente al nuestro.
El problema mayor es que el Señor de los Cerros de verdad cree que está transformando Puebla.
Desde el helicóptero disfruta los resultados de su mente faraónica, y no se da cuenta de que las calles aledañas a donde colocó el concreto hidráulico se están desmoronando.
No se da cuenta de que las carreteras en el interior del estado están destruidas.
Su burbuja le impide saber que la inseguridad es un tema que tiene en zozobra a sus gobernados.
A diferencia de lo que él cree, la realidad es que es él hombre más desinformado de la realidad del estado y de sus ciudadanos.
Los poblanos a los que no nos corre sangre azul por nuestras venas sabemos y padecemos diariamente los problemas de la verdadera Puebla.
Por su ambición presidencial, el habitante de la casona de Los Fuertes perdió lo más importante que debe mantener un gobernante: la sensibilidad.
Hoy Puebla es víctima de los trastornos de un hombre que diariamente suspira por gobernar a todos los mexicanos.
¡Que Dios nos agarre confesados!