La licitación para rebautizar el inmueble que hasta hoy lleva en nombre de estadio Cuauhtémoc levanta una enorme sospecha sobre la existencia de un acuerdo previo entre el gobierno morenovallista y la empresa que resultará beneficiada.

Basta con hacer un breve análisis para entender que detrás de esta licitación existe un acuerdo en lo oscurito —como muchos otros en este sexenio— para otorgarle el llamado naming rights a una empresa predeterminada.

Veamos.

A un mes de la inauguración del estadio, de la noche a la mañana lanzan —el pasado jueves 15— una licitación nacional y cierran registros hoy lunes 19 de octubre.

Si de verdad quieren obtener la mejor propuesta económica, a cambio de 30 años de concesión, debieron anunciarlo en una rueda de prensa desde que se inició la obra, para que las grandes empresas proyectaran en sus presupuestos el monto de una licitación de ese nivel.

No hay empresa que guarde 20 o 30 millones de dólares en el cajón esperando a que un gobernador se le ocurra licitar el nombre de su estadio de un jueves para lunes, salvo la empresa que tenga un acuerdo por debajo del agua y un par de comparsas más para legitimar el amañado concurso.

Pero vayamos más al fondo.

Partiendo de la base, de que los 731 millones de pesos de la ampliación y remodelación del estadio provienen de recursos federales y estatales; los primeros fueron desviados de partidas destinadas para la atención de desastres naturales, resultaba mucho más lógico buscar recursos privados para sufragar la absurda e infructuosa obra.

En esa lógica, el gobierno del estado debió iniciar con la licitación para otorgar la concesión del nombre del estadio y también debió lanzar otra para la venta de refrescos y cerveza.

Lamentablemente, el Señor de los Cerros está muy lejos de ser un gobernante que guste de la planeación y prefiere actuar con base en sus ocurrencias.

De ahí que la obra del Gran Canasto Azul sea parte de una de esas ideotas salidas de su mente brillante.

Y como al señor le gustan las cosas para “ayer”, cuando le vino esa visión, ordenó que se hiciera la transformación del estadio de manera inmediata.

La gente de su equipo ya sabe qué hacer: Moya opera el negocio y Cabalán arregla lo administrativo.

Con que se vea bonito y apantalle a la masa es suficiente.

Sin embargo, el tema no concluyó ahí.

Una vez iniciada la obra de la súper fachada blanquiazul, a Rafael le vino otra de sus ocurrencias: “que se llame Audi Park”.

No contaba con los conflictos legales que esto implicaba, como tampoco que Intolerancia Diario descubriría su plan de entrega a la empresa alemana. Pero sobre todo, ignoraba el escándalo que venía para el grupo automotriz VW, lo cual hizo imposible regalarle el nombre.

De ahí que haya surgido un plan b, para sacarle mayor jugo a la obra del Gran Canasto Azul.

El problema es que son tan burdos, que ni el más morenovallista de los morenovallistas puede tragarse el cuento de que esta sea una licitación abierta y sin dados cargados.

 

La historia de estadios con nombre

Publicaciones serias como la revista argentina Marketing Registrado remite a que el primer acuerdo de este tipo data de 1972 y que fue en los Estados Unidos entre la empresa alimenticia Rich Products Corp., con sede en Buffalo, con el equipo local de fútbol americano (los Bills de Buffalo), los cuales a cambio del nombre al estadio de los Bills firmaron por 25 años, a razón de 1.5 millones de dólares por temporada.

Sin embargo, en esa lógica, el propio Cuauhtémoc podría pelear por ser el pionero, toda vez que su nombre —desde 1968— es en razón de una aportación de la extinta Cervecería Cuauhtémoc.

Otro caso reseñable en el fútbol europeo es el de la aseguradora alemana Allianz, quien llegó a un acuerdo por 35 años y un total de 240 millones de euros con el Bayern Munich, dándole el nombre de Alianz Arena a su nuevo estadio, el cual han querido comparar —no se rían— con el estadio poblano; por el supuesto parecido que tendrá su fachada.

Ahora vayamos a Sudamérica, en donde la misma aseguradora alemana será el naming sponsor del nuevo estadio de Palmeiras en un acuerdo de 150 millones de dólares por 20 años.

Así como usted lo lee: 7.5 millones anuales por el nombre del estadio del Palmeiras.

Otro dato, el 5 de octubre de 2004, la línea aérea Emirates suscribió un contrato con el Arsenal de 15 años y 100 millones de libras esterlinas (160 millones dólares) para auspiciar la camiseta del equipo inglés y darle su nombre al flamante estadio.

La misma Emirates ofreció 12 millones de dólares al River Plate para que su estadio se llamara Estadio Emirates Monumental, pero este fue desechado por la conservadora hinchada guacha.

Tomando referencias latinoamericanas, podemos encontrar referencias que nos llevan a una cifra mínima de 1.5 millones de dólares anuales.

En esa lógica, multiplicando ese millón y medio por los 30 años que contempla la licitación, tenemos que cuando menos la empresa ganadora deberá ofertar 45 millones de dólares, que multiplicados por 16.80 al tipo de cambio serían 756 millones de pesos.

Es decir, que se recuperaría el monto total de la ampliación y remodelación del estadio y les sobrarían 15 millones hasta para la inauguración.

Y conste que estoy tomando una base muy baja, comparada con cualquier otro estadio que haya vendido los derechos de su nombre.

Porque si tomo los 12 millones anuales del estadio de River, o los 7.5 del Palmeiras estaríamos hablando de que alcanzaría para hacer un estadio de primer mundo y sin tomar un peso del erario.

Esos 7.5 millones de dls del Palmeiras por 30 años, se convierten en 3 mil 780 millones de pesos, que superan el costo del nuevo estadio de los Rayados de Monterrey, considerado el mejor estadio de América Latina.

Con estas referencias, vamos a esperar para conocer el monto por el que el gobierno entrega esa concesión y sabremos el tamaño del negocio.

La única ventaja es que esto lo sabremos muy pronto y por supuesto haremos la comparativa.

Veremos y diremos.