Ríos de tinta se desbordarán de aquí al primer domingo de junio, cuando los poblanos determinaremos quién nos gobierne durante un año ocho meses.
Y muchos se preguntarán:
¿Tanto argüende por año ocho meses?
La verdad es que ese domingo 5 de junio está en juego mucho más que una mini gubernatura.
Para el morenovallismo ganar la mini es un asunto de sobrevivencia política y de libertad para sus saqueadores. Ante las nulas posibilidades de alcanzar una candidatura presidencial, Moreno Valle tiene claro que para evitar la disolución de su grupo, la prioridad es mantener la posesión de la Casona de Los Fuertes y de ahí pertrecharse hasta una eventual candidatura en el lejano 2024. No es casual la desesperada proyección que intenta darle Rafael a su esposa Martha Érika Alonso, para perfilarla a la gubernatura de 2018. Sobra decir que Casa Puebla es hoy su única tabla de salvación.
Por su parte, el PRI tiene en la mini gubernatura la gran oportunidad de arrebatarle las llaves de Casa Puebla al actual grupo de poder, pero con un premio superior: desmembrar la burbuja morenovallista y de paso, dejar la puerta abierta para el 2018. Si de algo están ciertos los priistas es que para mantener la presidencia no pueden perder gubernaturas, y que si las pierden, deben recuperar otras. Y en esa lógica, Puebla se coloca en el punto neural de la elección de 2018. Pero si los tricolores pierden la elección de este año, será misión casi imposible regresar a Casa Puebla dos años después. 
La razón es muy simple: el tirano ya no sería gobernador y en esos dos años, Tony Gali se encargaría de sanear y cicatrizar las heridas causadas durante seis años. 
Así como hace seis años los negativos de Mario Marín eran altamente redituables para el candidato opositor, hoy los negativos de Moreno Valle tienen una plusvalía extraordinaria.
En conclusión, para el PRI es ahora o nunca.
Del resto de los partidos —salvo Morena— el interés se centra en saber en qué alianza jugarán. Y la más interesante y representativa será Nueva Alianza, por las obvias implicaciones que conllevan.
Respecto a una posible candidatura independiente, la realidad únicamente permite contemplar a Ana Teresa Aranda como fuerte contendiente, quizá no para ganar la elección, pero sí para influir en el resultado de la misma. Los demás son francamente pipitilla.
Y hablando de pipitilla, los que deberán realizar —probablemente ya lo estén haciendo— un análisis a conciencia de su precandidato a la gubernatura es el partido del “mesiánico” Andrés Manuel López Obrador, toda vez que su gallo Abraham Quiroz no llegó ni a pollo.
Hace cinco meses señalé que Beatriz Gutiérrez Müller podría aparecer en las boletas electorales como la candidata de Morena, situación que al interior del partido de López Obrador se negó y recientemente la propia Beatriz desestimó el tema vía tuiter, sin embargo, la esposa de Andrés Manuel está a la cabeza en las preferencias sobre el promotor de la Soberanía, Abraham Quiroz Palacios.
Todo hace pensar que si la lógica se impone, y mientras muchos se fueron con la idea de que el psicólogo militante de la vieja izquierda sería el candidato a la gubernatura, la realidad será otra, ya que después de cuatro meses de que lo presentaron, simplemente no ha levantado.
Andrés Manuel López Obrador sabe que en 2006 y 2012 él ganó en Puebla la elección para la Presidencia de la República y que apuntalar a su partido con una candidatura fuerte como presumiblemente sería la de su esposa, le abriría un importante escenario para el 2018 cuando buscará nuevamente la Presidencia de la República.
Asimismo, se trataría de un golpe directo al grupo morenovallista, ya que Morena vería como el enemigo a vencer al gobernador poblano y se enfocaría en denunciar sistemáticamente la elección de estado.
Además, existe una vieja cuenta pendiente desde 2006 cuando Moreno Valle ya se había comprometido con Andrés Manuel para ser el candidato al Senado de la República por la izquierda y al final el Señor de los Cerros pactó con Felipe Calderón.
Y aunque AMLO ha sido enfático en que no le gusta la idea de inmiscuir a familiares cercanos en los procesos partidistas y ha criticado abiertamente a quienes lo hacen en alusión directa a Felipe Calderón con su esposa Margarita Zavala, no sería la primera vez que recula y cambie de opinión. Casos sobran.
Digamos que López Obrador es un maestro para desdecirse sin siquiera ruborizarse.
Por lo pronto, de lo que sí estoy seguro es que si Morena quiere dejar puestos los cimientos para cosechar un millón de votos en Puebla en la elección presidencial, no pueden ir en 2016 con el ilustremente desconocido Abraham Quiroz.
Aunque tratándose de AMLO, todo se puede esperar.
Veremos y diremos.