Como parte de la lluvia de spots de radio y televisión con la que nos tiene el Señor de los Cerros atosigados a los poblanos y a buena parte de la población del país, me tocó escuchar uno de estos anuncios, en donde —después de presumir sus logros en materia de salud y turismo— remata con broche de oro diciendo que Puebla es uno de los estados más seguros del país.
Ustedes perdonarán pero ¿en qué pinche estado vive este señor?
No es posible que mientras los poblanos hemos visto como en cinco años se desmoronó la seguridad en Puebla, este señor venga a presumir que vivimos en un estado seguro.
En ese sentido, los números muestran como Puebla pasó a ser uno de los estados con mayor incidencia de robo en casa habitación, robo a transeúnte, robo de autopartes y también con mayor crecimiento de secuestros.
Independientemente del clima de violencia que se vive en nuestro país por la lucha de poder y rutas relacionadas con el narcotráfico, lo que nos pega a los ciudadanos de a pie son precisamente los delitos comunes, como los robos en las modalidades arriba citadas.
Por eso es que para los poblanos, la inseguridad no está en los levantones, ejecuciones, balaceras callejeras, sino en lo que atenta de manera directa contra nuestra familia y patrimonio; y es precisamente ahí en donde los índices delictivos crecen a pasos agigantados.
Dicen los expertos que espacio que gana la delincuencia en un año, un gobierno eficiente requiere de tres años para recuperarlo.
Si hacemos cuentas es para aterrarnos, porque aquí llevamos cinco años perdiendo terreno frente a la delincuencia. 
Y a todo lo anterior hay que decir que lo que antes veíamos únicamente en noticieros y películas, ya es un escenario común para los poblanos. Hoy se dan ejecuciones, aparecen encajuelados y se presentan balaceras con mayor frecuencia.
Supongo que esa también es parte de la transformación de Puebla de la que tanto se enorgullece Rafael.
Me queda claro que el gobernador padece del síndrome del helicóptero, en donde todo desde el aire parece un cuento de hadas.
Ojalá supiera lo que es caminar o circular por las calles sin escoltas y dejar la casa —no Puebla— sola para ir a trabajar, dándole la bendición esperando no encontrarla vacía por la noche.
Lamentablemente, el señorito no sabe, ni sabrá lo que es vivir como un poblano común.
Para su suerte, al finalizar el sexenio saldrá destapado del estado, probablemente del país, a donde su riqueza le permita estar seguro y muy lejos de los criminales que en su gobierno encontraron un paraíso.