Aunque El Señor de los Cerros se empeñe en crear un escenario de poder, la realidad es que no podrá sustraerse al cruel final que rodea a todos los gobernadores en el último año de su mandato.
Independientemente del excesivo control ejercido durante su mandato y de que vaya a tratar de gobernar hasta el último día del sexenio, el poder lo irá perdiendo de manera gradual hasta que sea un muerto viviente, deambulando por los pasillos de Casa Puebla, mientras llega el día en que sea desalojado de esa lujosa residencia.
Y esta cruda realidad nada tiene que ver ni está condicionada al resultado de la elección.
Sea Blanca Alcalá o Tony Gali el vencedor, desde el instante en que se baje del presídium, tras rendir su quinto informe, Moreno Valle habrá perdido parte de su poder.
Los Judas del morenovallismo se acercarán desde hoy al candidato y le susurrarán al oído la emoción de que solo falte un año para que termine el suplicio.
Y es no es un asunto menor haber soportado cinco años los arranques, los exabruptos y las humillaciones de un personaje que disfruta de su condición para sobajar hasta al más cercano de sus funcionarios.
Más allá de los millones embolsados y de los altos cargos públicos, no hay morenovallista que no tenga resentimientos hacia El Señor de los Cerros.
Solo la esperada llegada del sexto año de gobierno les va a dar la fuerza para culminar la administración, sabedores de que el calvario tiene una fecha fatal.
Así las cosas, conforme avance este último año, las promesas de lealtad pasarán de Casa Puebla a la casa de campaña panista.
Y mientras las huestes azules asumen que tienen un nuevo general, los priistas irán perdiéndole el miedo a quien los trajo a pan y agua durante largos cinco años, saldrán de las catacumbas envalentonados a despotricar contra el decadente tirano.
Así son las leyes no escritas de la política y el destino impidió que Moreno Valle pudiera cambiarlas.
La única forma en la que el Señor de los Cerros podía haber cambiado ese destino era mantener la percepción de ser un fuerte presidenciable.
Por obvias razones, seguir jugando por la grande le extendería a Rafael el poder sexenal, evitando la desbandada por ilusión o por temor.
Para su mala fortuna, aunque se resista a aceptarlo, su sueño presidencial agoniza de la mano de su sexenio.
Para fortuna nuestra, lo mejor —gane quien gane— está por venir.