Con la desventaja de que este 2016 es un año bisiesto, lo cual nos obligará a soportar un día más al Señor de los Cerros, no puedo evitar celebrar que al gobierno morenovallista le quedan exactamente 365 días de vida.
Bien decía don Enrique Montero Ponce cuando afirmaba —refiriéndose a Piña Olaya— que “no hay mal que dure más de seis años, ni poblano que los aguante”.
Algo que hará más corto este año, es que el poder morenovallista ha venido en declive desde hace meses, situación que se acentuará con el destape oficial de su candidato y todavía más cuando haya gobernador o gobernadora electa.
Así las cosas, la cuenta regresiva ha iniciado y cada hoja que caiga representará un latido menos del gobierno morenovallista, aunque lo mejor será a partir del 5 de junio, cuando los estertores de Rafael hagan estremecer los cimientos de la Casona de Los Fuertes.
No dudaría que víctima de su ambición con seguir sintiéndose Dios, este inefable personaje, mandara a construir una réplica de Casa Puebla, para sobrevivir a la crisis extra sexenal.
Son los costos de la esquizofrenia del poder.

El orgullo de llamarse Rafael

Recibí una invitación de la oficina de prensa de la Presidencia de la República para asistir al evento inaugural del Hospital de Traumatología y Ortopedia Doctor y General Rafael Moreno Valle.
Como seguramente escucharé una serie de discursos engrandeciendo los méritos del general —no faltará quien lo compare con Fleming o el mismísimo Hipócrates— para que el hospital lleve su nombre, yo preferí adelantarme para escribir lo que seguramente hoy nadie dirá.
Para empezar, médicos ortopedistas poblanos con similares o mayores méritos profesionales que el general existen. Por citar un ejemplo pongo el nombre del doctor Alfonso Domínguez Barranco, quien a diferencia del general, él sí dedicó su vida entera a la medicina y a los poblanos.
Lo que no tuvieron Domínguez Barranco, ni los demás médicos de Puebla, fue un nieto gobernador con el mismo nombre.
Así que sea justo o no, el hospital se llamará Rafael Moreno Valle, pese a que no se realizó ninguna consulta pública y que no viene de una propuesta de un colegio médico especializado.
Y no se trata de demeritar la carrera como médico del general, sino de cuestionar el tráfico de influencias y la imparcialidad de su nieto para inmortalizar el nombre de su abuelo y —de paso— el suyo.
En una declaración pública, textualmente, el gobernador externó: “Tengo un gran ejemplo en mi abuelo, el Doctor y General Rafael Moreno Valle, quien fue gobernador del estado de Puebla. Me enorgullece seguir sus pasos ya que fue un hombre dedicado al servicio público y a la ayuda a los demás, él fue una persona con valores que supo inculcar a sus hijos y nietos”.
¿Un gran ejemplo?
¿Le enorgullece seguir sus pasos?
¿Dedicado al servicio público?
Me parece que aquí alguien desconoce o no quiere acordarse de la historia.
De entrada, si de algo puede sentirse orgulloso Rafael es de haber logrado romper un récord familiar.
Porque aunque le falta un año para culminar su mandato, hay que reconocerle que ya superó a su abuelo en cuanto al tiempo de estadía en la silla de gobernador.
No hay que olvidar que el general Moreno Valle solo pudo sostenerse por tres años, debiendo abandonar el gobierno por la ingobernabilidad que se vivía en Puebla.
El general alcanzó la gubernatura el 1 de febrero de 1969 y la dejó el 23 de marzo de 1972, para ser sustituido por Mario Mellado.
Un dato adicional que puede explicar la ciega admiración del Rafael a su abuelo, es que tenía 7 meses de nacido cuando el general se convirtió en gobernador y 3 años cuando fue apartado del cargo.
Así que Rafael es hoy poseedor del récord familiar de permanencia en la gubernatura y por obvias razones, no corre peligro de ser superado por su descendencia.
Digamos que el récord está a salvo.