El absurdo endiosamiento de los humanos. El domingo pasado, aficionados a la fiesta brava de todo el mundo, colmaron los tendidos de la Plaza México para ver a la leyenda viviente del toreo José Tomás, en medio de una expectación no causada desde la época de oro del toreo.

Lo que debe ser visto con especial interés por taurinos y no taurinos, no es por lo sucedido en el ruedo, sino por lo que provocó fuera del mismo.

Crear una leyenda viviente en este milenio que arranca no es sencillo y mucho menos en el marco de una fiesta duramente atacada por grupos ecologistas.

La atípica expectación provocada por el Príncipe de Galapagar debe ser motivadora de un tratado de imagen y marketing que yo titularía: "La creación de un Monstruo en tiempos de Bill Gates".

Y es que cuando el Monstruo de Córdova "Manolete" conmocionó y revolucionó el mundo del toreo y el espectáculo, las noticias tardaban días, la televisión no existía y las hazañas corrían de boca en boca hasta transfigurarlo en un Dios.

Hoy, Tomás buscó ser un nuevo Monstruo en el mundo que nos dejó la generación de Bill Gates, en un planeta en el que la noticia de los diarios es historia a las nueve de la mañana; en donde —gracias a Twitter— todos somos reporteros y fotógrafos con un celular en la mano; y en el que vemos un concierto al instante periscopeado por cualquier espectador.

Y atentando contra estas tecnologías y redes reinantes, la leyenda de José Tomás se mantuvo estoica e inmaculada hasta las 4.30 de la tarde, cuando de rosa y oro partió plaza por última vez.

El endiosamiento del maestro hispano lo llevó a retar al nuevo mundo, sin percatarse del callejón sin salida en el que convirtió al embudo más grande del mundo.

De nada le sirvieron sus exigencias ni sus excentricidades, ni su bien ganada fama de ser el más valiente y sobrio de los toreros de las últimas décadas; el otro monstruo, el de las mil cabezas que a nadie perdona, estaba ahí para exigirle al hombre que tasó su presencia en la México en 23 millones de pesos.

De entre las muchas exigencias, se sabe que prohibió —como en toda su carrera— que se televisara la corrida, pero también prohibió de manera ilusa el acceso de cámaras fotográficas y de video tanto en el callejón como en el tendido, olvidando que hoy todos traemos una de gran calidad en el teléfono celular.

Tampoco permitió que se hicieran públicas las fotos del encierro a lidiar y por si fuera poco, prefirió tomar un camino distinto a la plaza para evitar el tradicional ingreso en camioneta a la plaza.

Y pese a todo, la noble afición lo esperaba para rendir tributo a la leyenda. Sin embargo, la aparición de un toro de cuestionable trapío, después de cuatro astados sin triunfo, provocó la transformación de eso 45 mil seguidores en el temible monstruo de las mil cabezas.

Ahí fue en donde la leyenda terminó en mito y el dios del toreo convertido en un lacayo.

Y pese al bloqueo del internet en la plaza, las fotos y videos empezaron a correr por las redes, derrumbando en minutos la imagen teológica del Príncipe de Galapagar.

Si bien es cierto, la leyenda del monstruo existió, también es un hecho que alcanzar la divinidad desacatando las leyes no escritas del ciberespacio y la modernidad resulta más que imposible.

Incluso para José Tomás.