Los dimes y diretes entre el Instituto Nacional Electoral y el Instituto Electoral del Estado respecto a la responsabilidad del brutal abstencionismo en Puebla son una verdadera estupidez.

No sé para qué se desgastan buscando a los culpables de la raquítica participación ciudadana, cuando el único culpable tiene nombre y apellidos y no es otro que Rafael Moreno Valle.

En diversas entregas me cansé de escribir sobre el daño que generaría en la elección de este 2016 el hecho de legislar para que en estos comicios solo hubiera un cargo en juego.

Pensar que los poblanos se iban a desbordar en las urnas en una elección donde no habría presidencias municipales ni diputaciones en juego era pecar de inocentes.

Los números no mienten y estos demuestran que en estados donde se jugaron otros cargos, además de la gubernatura, el porcentaje de votantes superó 50 por ciento, muy por encima de lo sucedido en Puebla.

Tlaxcala, Oaxaca e Hidalgo confirman que el capricho de Moreno Valle provocó que solamente 44 por ciento de la población en Puebla saliera a votar.

La razón es muy sencilla.

El Señor de Los Cerros sabía que era mucho más controlable una elección de baja afluencia, que una de gran participación ciudadana.

En esa lógica, el único responsable del abstencionismo —por conveniencia propia— es Rafael Moreno Valle.

Nadie más.

El problema de fondo es que todo lo sucedido confirma que Rafael termina saliéndose siempre con la suya, sin importar el tamaño de sus atrocidades.

Hoy, el abstencionismo más grande del país se produce en Puebla, sin que nada ni nadie haga nada, incluidos los priistas.

Solo espero que con el paso de los años no quieran justificar los momentos cuando levantaron la mano, sabiendo el daño que causaron.

Y conste que son daños irreversibles.

Ni más, ni menos.