Un artículo de Expansión, retomando la ley que aprobó el Congreso poblano para garantizar escoltas de por vida al Señor de Los Cerros, nos llevó a rescatar la nota del reportero Francisco Sánchez Nolasco donde se abordó este hecho repudiable.

Veamos.

El expresidente uruguayo, José Mujica, llegaba a su oficina a bordo de su viejo Volkswagen sin un solo escolta y ahora vive en su casa a las orillas de la ciudad cuidando su huerta; basta con asomarse para comprobar que don Pepe no solo sigue habitando esa casita, sino que además sale libremente a saludar.

El comentario sale a colación porque la gran mayoría de los políticos vive con un cargo de conciencia brutal que los obliga a blindarse con docenas de guardaespaldas.

El caso del Señor de Los Cerros es el punto opuesto a Mujica, ya que el gobernador poblano desde el inicio de su administración ordenó a sus diputados aprobar escoltas vitalicios para su persona, dado que su plan transexenal implicaba el atropello de los derechos de todo aquel que se opusiera a sus sueños, lo cual implicaba posibles represalias en su contra.

Ahora que la revista Expansión retomó el tema de los escoltas con los cuales contará el gobernador prácticamente de por vida, se confirma el nivel del miedo y por consiguiente el tamaño de su cargo de conciencia.

Fue hace cuatro años, justo el 31 de julio de 2012, cuando se aprobó la escolta transexenal para los exgobernadores de Puebla, cuya duración puede ser indefinida. Esto lo avaló el Congreso local sin mayor discusión ni oposición.

En esa ocasión, se dijo que la prebenda para los exgobernadores no era nueva. Fue el entonces presidente de la Comisión de Seguridad, Héctor Alonso Granados, quien en tribuna intentó justificar la barbaridad legislativa argumentando que la ley ponía en orden el número de elementos de seguridad de los que podrían disponer los exgobernadores.

De acuerdo con el entonces presidente de la Comisión de Seguridad, los exgobernadores Guillermo Jiménez Morales, Melquiades Morales Flores, Manuel Bartlett Díaz, Mariano Piña Olaya y Mario Marín, recibían este privilegio, por lo cual la aprobación de la reforma transparentaba y limitaba la seguridad de la cual gozaban.

La iniciativa original no incluía un plazo de cobertura de seguridad tan amplio para los exgobernadores. El rechazo a la medida provino por parte de los entonces diputados Gerardo Mejía Ramírez del PRI y José Juan Espinosa Torres de Movimiento Ciudadano. La reforma se aprobó con 33 votos a favor, 2 en contra y 1 abstención.

Al final de la historia, Moreno Valle se despachó con una nueva ley que hoy le garantiza 16 escoltas por 12 años y una docena de gorilas de por vida.

Pesos más, pesos menos, 2 millones anuales y camionetas nuevas para su seguridad.

Vaya desfachatez.

El dato legal

De acuerdo con el título décimo denominado “Del otorgamiento de servicios de seguridad personal”: la Procuraduría General de Justicia (PGJ) o la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) dedicarán hasta 8 escoltas locales por turno, a los exgobernadores de manera automática al culminar su mandato.

Los integrantes de la escolta contarán con: identificación oficial de la institución a la que pertenezcan; documento oficial que expresamente los comisione para las tareas de protección, seguridad, custodia y vigilancia que desempeñen; arma de fuego debidamente registrada conforme a la licencia colectiva de la institución a la que pertenezca; vehículos adecuados para las funciones a desempeñar, cuyo mantenimiento, conservación y habilitación periódica, así como los gastos de combustible o reparación, correrán a cargo de la institución de la que provengan.

La única reserva para este equipo de seguridad y los recursos de los que dispondrán los exgobernadores es que los recursos humanos y materiales asignados al servicio de seguridad personal se podrán emplear única y exclusivamente para la prestación del mismo.

Tras estos datos, queda muy claro que detrás de este otro abuso de Moreno Valle se esconde un miedo atroz a que alguna de las víctimas de sus represiones cobre venganza.

Bien dicen que el miedo no anda en burro.