Lo admirable que tienen ellos es que se apuntan a todas y eso, significa que se enfrentan a pitones astifinos, fuerza bárbara y mucha raza que a veces, salta a la arena llevando en los cuernos las peores intenciones. De los que hablo son toreros muy valientes que poseen una buena técnica, gran destreza en los procedimientos, nervios templados y músculos como ligas para quitarse las cornadas que les rozan por docenas. Las tardes en que actúan, uno los mira tragando paquete del grueso, es decir, un bocado de miedo que les pone blanco el semblante y les seca unos labios que parecen de papel. No es para menos, los toros que dan cates de muerte pertenecen a las ganaderías en las que prevalece la bravura emotiva y la movilidad sobre la nobleza borreguil. Porque, aunque parezca contradictorio, con el gusto contemporáneo por el café descafeinado, azúcar sin azúcares, licores sin alcohol y sexo sin palpar la piel ajena, también, nos hemos inventado un toro de lidia bobalicón y suave, que en vez de buscar herir, olisquea taleguillas con las bondades de una hermana trinitaria. En pocas palabras, matar Miuras, Victorinos, Adolfos, Cuadris, Escolares… tiene un enorme mérito, y antes de empezar con las florituras, hay que poderles.

Urdiales, Rafaelillo, Robleño, Curro Díaz, Paco Ureña que se desfonda en cada muletazo, Castaño y otros, son los que saben plantar cara. También, hay que decirlo, Castella lo ha comprendido y se anuncia con los “adolfos”. Estos hombres siguen siendo mis héroes y si yo fuera torero, me gustaría ser uno de ellos, nunca de los nuncas, uno del G-5. ¡Qué cansancio de tanta marca Juli, Perera, Morante! …tradición en darla con quesos elaborados a base de leche de cabras pobres de cabeza, débiles, y escurridas de carnes… Consumirlos en exceso es dañino para la salud… El Juli, cuando torea de luces, te deja dos sensaciones: el reconocimiento de que posee una gran técnica y la certeza de que siempre te está viendo la cara. Impresiones que no se contraponen, al contrario, la maestría puede caminar por atajos hacia el embuste. A Perera le sale un toro bueno cada viernes de San Juan  en el que haya luna llena y sus actuaciones se vuelven más aburridas que en una fiesta bailar con una tía. Por su parte, Morante que no se arrima, se va del toro y mata al cuarteo, ya nos ha convencido de que el arte no tiene miedo. ¡Claro que no!, lo que tiene es pavor. La última, en Bilbao los dos “alcurrucenes” le parecieron perversos y por ello, sin pensárselo, echó a andar por la calle de en medio, dejando el protagonismo de la lidia en manos de la cuadrilla. 

Por eso, para hablar de toreo serio, hay que elegir, por ejemplo, a Diego Urdiales vestido de berenjena y oro, y en la plaza de Vista Alegre. Ha salido un toro de Alcurrucén –que es de lo poco que queda del encaste Núñez-  y tiene una estampa preciosa, largo, fuerte, casi acucharado. El merengue es un sueño de capa berrenda en colorado. Se llama “Atrevido” como el mítico toro blanco de Osborne. El diestro de La Rioja le enseña a verónicas el camino que conduce hacia la soledad de los medios. Luego, lo pican y “Atrevido” acomete con voluntad de empujar y empieza a sublimar su bravura. Después de banderillas, el coleta lo borda en manojos de derechazos para recrear la vista, cada uno más ajustado que el otro. Momentos de arrebato e inspiración. Pero la jondura del toro estaba en el pitón izquierdo y Urdiales lo torea con la mano bajísima y el temple exacto, pureza de procedimientos y naturalidad en su desempeño.

Más allá de las dos orejas que le abrieron la puerta grande de Bilbao, Diego Urdiales ha manifestado su amor por la fiesta. Si “Atrevido” de Alcurrucén adornó la tarde, el torero, con su entrega y sabiduría de filósofo griego, ha devuelto la grandeza que el toreo nunca debió de haber perdido.