La adopción es un tema muy sensible y delicado, particularmente porque para darse, se requiere —en primerísima instancia— de un acuerdo pleno de quienes lo quieren concretar.

Adoptar a un menor implica pensar primero en el cambio de vida de un ser, y posteriormente en la felicidad que traerá a la pareja y por consecuencia a la familia entera.

Para entender los alcances de una adopción, debemos considerar las circunstancias en las cuales pueden darse. Es decir, que hay que enumerar los tipos de adopciones que —en teoría— pudiera haber.

La adopción común se entiende con la pareja casada, que contrae jurídicamente derechos y obligaciones para recibir como hijo a un menor sin padres.

Pero también existen muchas otras formas de adopción, algunas reguladas y otras que aún no contempla la ley.

Abuelos, tíos o familiares que obtienen la patria potestad de un niño abandonado o huérfano. Tutores que terminan haciendo la función de padres por casos similares al anterior. Y otras que la sociedad y la religión condenan, por considerarlas alejadas "a la moral y buenas costumbres".

El problema viene cuando la condición de moralidad se contrapone a los mandatos "divinos".

Es un escenario común escuchar a los sacerdotes en el púlpito condenar las uniones entre personas del mismo sexo.

Nos guste o no, las parejas homosexuales son parte de nuestra vida diaria, tal y como ha sucedido desde tiempos remotos, solo que ahora de manera más abierta.

Independientemente de los conceptos y convicciones religiosas, en la práctica diaria, los sacerdotes quedan muy mal parados ante la sociedad.

¿Cómo juzgar a quienes viven abiertamente en pareja perteneciendo al mismo sexo, si hay sentencias penales contra muchos padres por el delito de pedofilia?

Recuerdo en clase de derecho civil al maestro José María Cajica, QEPD, dándonos —irónicamente—, la definición de sacerdote.

"Sacerdote es aquel al que todos le dicen padre, menos sus hijos, porque esos le dicen tío".

Pues entre pederastas y padres a escondidas se mueven quienes encabezaron desde la clandestinidad de sus iglesias la marcha por la familia.

No comprenden que muchas parejas gay viven bajo un marco de respeto mutuo. Conozco cuando menos tres, que serían mejores padres o madres, que muchos matrimonios que viven de manera disfuncional, haciendo un calvario la vida de sus hijos biológicos.

Y en este escenario entran también otras figuras, como las de los hermanos o hermanas solteras y a quienes conocemos como solteronas. ¿Acaso no podrían dos hermanas, que por cualquier circunstancia no hicieron vida marital, ser magníficas madres de un niño o niña?

Y es aquí donde se cae el mito de que el menor requiere a papá y a mamá para ser feliz.

Madres solteras y padres solteros existen más cada día y sus hijos pueden ser tan felices como cualquier otro.

¿Por qué satanizar a padres del mismo sexo?

¿Porque duermen en la misma cama? ¿Porque es un mal ejemplo para un niño? ¿Porque le van a crear traumas psicológicos?

¡Por favor!

¿Tendrían estos niños más traumas que la "mamitis" que tiene el diputado Pablito Rodríguez?

Evidentemente, al legislar, lo hacen con la mano derecha con la que se golpean el pecho al ir a misa. Pero ni por un segundo se detienen a pensar en cuántas vidas cambiarían, si se legaliza otro tipo de adopción.

Porque en el frío y la soledad de un internado, créanme que los niños sueñan diariamente con la posibilidad de tener su propia familia.

A esos políticos mochos, que Dios los agarre confesados.