Esto ya se pasó de tueste y no se debe tanto a que el Partido Verde Ecologista esté en franco ataque contra la tauromaquia, el “¡ya basta!” incluye a su negro historial, color que le va mejor, Partido Negro.

Echar a los niños de la plaza, es una bajeza en toda la extensión de la palabra, una copia burda de la ya de por sí, burda estrategia catalana, porque, si se acuerdan, así empezaron las cosas. El que firma este artículo se considera un hombre de cultura y por ello, espero -a su debido tiempo, es decir, cuando ellos lleguen a este mundo- llevar a mis nietos a la plaza de toros, al igual que hicieron conmigo mi padre y mis abuelos. Ellos me heredaron esta afición de gloria y se los agradezco. No quiero, por ningún motivo, que una panda de ignorantes -los que tal vez no han terminado ni la preparatoria, que no han trabajado en toda su vida y por tanto, no tienen ni puta idea de lo que es levantarse temprano, para salir a ganarse el pan más allá de la protección de las alas de mamá gallina, o sea, del partido político al que se inscribieron sagazmente-  sean los que tomen la decisión de cómo educo o contribuyo a la educación, de los chicos de mi familia.

Prohibir que los niños vayan a la plaza es un leñazo perverso y tramposo en contra de la tauromaquia, pero no es un golpe maestro. Para salvaguardar la tradición nos quedan otros caminos.

El domingo, los antis fueron a la Plaza México a provocar malintencionados, sabiendo por experiencias anteriores que los taurinos somos gente pacífica. Estas son las ironías de lo contemporáneo, tipos y tipas que según su versión están a favor de la vida, pero que no tendrían el menor empacho en partirle la cabeza a sus opositores y personas llamadas “asesinos” que se abstienen pacientemente de emplear la violencia. No obstante, todo tiene un límite. Ya basta de tolerar que unas locas con las manos pintadas de rojo nos griten insultos a la cara.

Llegaron los tiempos de cambiar las estrategias. Lo primero, exigir a las autoridades que se nos respete y proteja. Después, establecer una plataforma legal pro defensa de la fiesta y que el bufete de abogados y los gastos corran a cargo de todos los que lucran con ella. Lo digo, porque no es descabellado que nuestra torería quiera que lo costeemos nosotros los aficionados.

Del mismo modo, si vamos a defender a la tauromaquia, vamos a hacerlo todos y que al frente estén los que viven de ella. Es que como siempre pasa en este país, “unos le echan pienso al bayo y otros son los que lo montan”. Los niños, plantando cara con mucha vergüenza torera, salieron a dar la vuelta al ruedo defendiendo sus derechos y su espectáculo preferido. Para acompañarlos no había ni un solo matador ni un ganadero ni un carajo. Parece que la gente del toro y sobre todo, los coletas mexicanos, piensan que si queremos fiesta, la debemos defender nosotros en solitario, porque ellos no se van a despeinar.

Además, de ahora en adelante, los argumentos para proteger a la fiesta taurina deben ser muy firmes. Es necesario que las cosas marchen como están mandadas. La corrida debe ser digna y justa. No me refiero al argumento estúpido de que toros y toreros tengan las mismas posibilidades de salir con vida, eso se llamó circo romano y no existe más. El torero debe matar al toro y salir intacto. Lo que digo es que la lidia debe contener sus equivalencias: ante la bravura del toro, el valor del diestro; ante la nobleza bovina, la lealtad humana; ante el juego de los trapos para engañar, la verdad irrestricta en el fondo y en la forma. Es que hay corridas de las que uno sale dándole toda la razón a los taimados antitaurinos.

En la decadente actualidad mexicana, dedicarse a la política es declarar abiertamente, que no se tiene decencia ni escrúpulos ni vergüenza, pero los del Ecologista se pasan varios pueblos. Alianzas con el PRI, con el PAN, con el PRD y con quien se tercie, dejan muy en claro su total ausencia de ideología. Luego, está la historia negra del partido desde su fundación, la “chamaqueada” de dos millones de dólares de soborno a Jorge Emilio González Martínez, los viáticos de París, la mujer extranjera que salió volando desde el piso diecinueve de un edificio en Cancún, las postulaciones arbitrarias y la implementación de ese estilo, que tan devotamente siguen los correligionarios.

¡Ya basta!, yo no quiero que mis impuestos sirvan para mantener la golfería, no quiero pagar más parrandas, ni dietas, ni coches y teléfonos móviles oficiales, ni descarados viajes de placer. Hoy empiezo mi labor cívica, a convencer gente: ¡Duro contra el Verde!.