El pasado fin de semana, un video de un malandro con arma larga apuntando a una persona sometida en el piso se viralizó en las redes sociales.
Este hecho violento no se presentó en Tamaulipas, ni Veracruz, fue en una céntrica vialidad de San Martín Texmelucan, a plena luz del día.
Aunque se empeñen en negarlo, la inseguridad azota a Puebla en, prácticamente, todos sus rincones.
Pero cuando el gobernador se mueve por helicóptero y cuando llega a tocar tierra es escoltado por 20 elementos de seguridad, resulta imposible que se entere de nuestra maldita realidad.
Para nuestra mala fortuna, quienes sí recorremos la cuidad y el estado, tenemos amargas experiencias de lo que sucede diariamente en Puebla.
Aquí un breve recuento de lo que usted y yo padecemos en el día a día: ejecuciones, ajuste de cuentas y balaceras entre huachicoleros en la franja de Amozoc, Chachapa, Tepeaca, Ciudad Serdán y Esperanza.
Secuestros en tres zonas perfectamente identificadas: Tehuacán, Huauchinango e Izúcar de Matamoros.
Altos niveles de narcomenudeo en Puebla, capital, San Andrés Cholula y Tehuacán.
Presencia de Zetas en la Sierra Norte, Tehuacán y la zona metropolitana de la capital.
Primer lugar nacional en robo a casa habitación y asalto con violencia.
Primer lugar nacional en linchamientos, por la impotencia de los pueblos que buscan hacerse justicia por propia mano.
Policías estatales —incluidos sus mandos— involucrados en el robo de combustible.
Crímenes de género y odio sin control y ante la complacencia de un gobierno que se niega a emitir las alertas respectivas.
Una Fiscalía más preocupada en fabricar delitos a los enemigos políticos del gobernador antes que perseguir a los delincuentes que se han apoderado del estado.
Y podríamos seguir enlistando actos de violencia y pruebas de la complicidad gubernamental, hasta acabarnos las páginas de Intolerancia, pero con éstas bastan para concluir que el Señor de Los Cerros se ha encargado de desgraciar la tranquilidad de los poblanos.
La Puebla que presume haber transformado, realmente la ha trastornado.
Y lo peor es que en materia de seguridad, lo que se pierde en seis años, se recupera —en el mejor de los casos— en los siguientes 20 años.
Lo que Moreno Valle nos quitó, probablemente lo recuperen nuestros hijos, o nuestros nietos.
¿Y todavía dice que lo mejor está por venir?