Lector querido, ya tengo escrita mi carta para Santa Claus. Me adelanté un poco, porque como veo que está Puebla —y de seguro se va a poner peor—, me urge que me pele antes de que me encueren o me maten en cualquiera de nuestras angelicales y muy coloniales calles. Le pedí un helicóptero —chiquito, no muy grande—, porque solo así podremos sobrevivir mi vecina y tu servidor.

Como podrás imaginar, a estas alturas del partido ya no soy ningún chavito atlético y ágil, por lo que cualquier pelafustán me puede poner una madrina sin despeinarse. Ahora entiendo la sabiduría del góber, que tengo entendido lo usa hasta para ir al baño. Hace bien, para qué arriesgarse si puede vivir ¿tranquilo?

Y es que o yo soy muy buey o lo son los políticos, sobre todo los que se dicen de izquierda, que luchan a brazo partido por lograr una sociedad sin clases, sin embargo, oigo al presidente de la Cámara de Senadores —perredista, por cierto—, decir que “la clase política” debe ser consciente.

¿Por fin?, hay clases o no hay clases.

A lo mejor la única clase que debe existir es la clase política y los demás no tenemos derecho ni a la seguridad, ni a la salud, ni a la educación, ni a nada de clase.

A mí me queda claro que esto es como la realeza, nada más que sin clase, vamos, sin categoría. No puedo comparar a la reina de Inglaterra con a la finísima Layda Sansores o a Dolores Padierna, la ínclita esposa del Señor de las Ligas, ni al rey de España o a Gustavo de Suecia con un ejemplar como Noroña y compañía.

En fin, lector querido, tal parece que con la clase se nace y se hace con respeto a la vida, a nuestros semejantes. No depende del color del pellejo, sino del color del alma.

Me temo que nos falta mucho por aprender para mandar al olvido aquello que destruye…. porque hasta los helicópteros destruyen y contaminan. Así que mejor me olvido del helicóptero y pido que me lo cambien por tres galones de agua bendita.