Hoy les iba a proponer que ensayáramos el bonito e interesante ejercicio de imaginar, de liberar a la loca de la casa como llamó Santa Teresa de Ávila a esa facultad humana, aunque la mística no se refería al aspecto creativo o soñador del cerebro, sino al río imparable que es nuestro pensamiento. Si la percepción nos permite reconocer un mundo presencial, la imaginación al contrario, nos lleva a reproducirlo de manera interior y por tanto, es el eje central de la creatividad. Quería yo invitarlos a que hiciéramos propuestas para salvar al toreo nacional de que le vea las patas a mulitas muy pronto. Pero no, desisto en los primeros intentos, los mexicanos padecemos el síndrome del cubo de cangrejos y eso anula toda posibilidad.

El síndrome manifiesta, por si no lo saben,  que en una marisquería había tres cubetas con cangrejos vivos, la gringa y la japonesa estaban cubiertas con una tapa, pero el recipiente de los cangrejos mexicanos, no. Un extranjero curioso preguntó al dependiente el porqué de la diferencia y éste le explicó que los crustáceos de otras naciones, cuando ven que uno de sus congéneres empieza a trepar, lo ayudan entre todos para que escape, pero que en el caso de los cangrejos mexicanos, cuando ven que uno está subiendo todos los demás se encargan de bajarlo.

El ejercicio consistía en que imagináramos carteles que aumentaran las localidades vendidas. Es que tenemos que hacer algo, porque las entradas están más flojas que un albañil en lunes y a los tendidos de la plaza más grande del mundo ya no van ni las tías de los toreros. Sin embargo, para este ejercicio sería necesario que desapareciera, por lo menos, uno de los dos sindicatos de matadores, léase Unión Mexicana de Toreros, que como todo buen sindicato, no ayudan a nada ni a nadie y sí estorban cualquier intento de mejorar las cosas. Los de esa asociación de trabajadores, no sé si notan el veneno,  se han quejado en la Delegación Benito Juárez por el cartel que anunció al Zotoluco, a Talavante y a Manzanares. Por ello, fue multada la empresa de la Plaza México. El lamento no se debe a que ese fuera un cartel para llenar el coso de Insurgentes, sino a que la acción sindical cierra otras posibilidades.

Se necesita con urgencia a la loca de la casa desbordada y frenética. Díganme si alguno de ustedes se rompería los cuernos ante la ventana de la taquilla por unos boletos para ver el imaginativo mano a mano entre Castella y El Payo. O si alguien se desmayaría por conseguir entradas para ver a Perera, a Juan Pablo Sánchez y a Armillita IV, lidiando media docena de macarrones dulces de San Isidro.

Por otro lado, habría que ponerse creativos, bella frase laboral que el jefe chanta cuando uno está hasta los cojones de trabajo, con lo de los precios y promociones, porque en lo económico el horno no está para bollos, ni la magdalena para tafetanes. Si un padre de familia de clase media lleva, por decir algo, a los suyos al cine, la diversión le está costando alrededor de quinientos mortadelos. Pensemos que son cuatro integrantes y que frenan sus ímpetus a la hora de arrimarse a la dulcería. En cambio, si los lleva a los toros, al segundo tendido de sol para no despilfarrar el varo, tan sólo en entradas se gastará mil doscientos pesos y además, ocupando asientos de la onceava fila. No me digan que pueden optar por ir a general, porque esa parte de la grada está reservada para aficionados que más que a los toros, lo son a los menjurjes espirituosos y a los gritos desmesurados. Aparte de que se está tan lejos de la arena, que da lo mismo ver a una mosca dándole vueltas a una hormiga. La última promoción no funcionó ni siquiera poniendo los boletos a dos corridas al precio de una, porque la gente o no tiene dinero o no quiere ver esos carteles, que eso también tiene relación con el síndrome del cangrejo.

No, aquí no es fácil, por más que se suelte a la loca de la casa siempre tenemos listas las tenazas.