“Hemos llegado a la aldea global” dicen alegremente quienes conocen o no, a McLuhan, pero les viene bien citarlo, cuando el tema de la conversación versa sobre las bondades o infortunios por los que atraviesa nuestra actual sociedad hiperconectada; esa que Castell llamó la sociedad red.

Me gustaría tomar un café con McLuhan para escuchar realmente qué es lo que entendió por aldea global; pero como no me es posible, (por obvias razones) leo una charla que, más allá de formalidades, concedió a Playboy, una revista que, por lo particular de su contenido, no llegó a muchos círculos “especializados” de la comunicación. He intentado entender desde esa charla, algo —muy poco—, de la aldea global concebida por el autor del término, y no por sus intérpretes, que son muchos.

Hace ya 47 años que Marshall McLuhan, uno de los más renombrados estudiosos de la comunicación, expuso su idea sobre la conformación de una aldea global, en la que el ser humano pudiera reinsertarse en aquella tribu humana que había sido destrozada por el advenimiento de la escritura y que fragmentó las relaciones entre las personas creando las barreras que, para Marshall, en aquella década de los 60, sólo podrían ser vencidas por la televisión.

McLuhan es uno de esos hombres cuyo pensamiento ha pasado por tantos tamices que se le ha simplificado en frases que llegan incluso a descontextualizar su pronunciamiento.

No hay estudioso de la comunicación o de la sociología; es más, no hay una charla de café en la que participen estudiantes o interesados en el fenómeno de la comunicación, que no hagan referencia a la aldea global de la que hablaba aquel pensador.

Con McLuhan sucede lo mismo que con otros grandes de la historia a quienes reducimos a expresiones simples: recordamos a Sócrates con aquél “yo sólo sé que no se nada”, buena muleta de los jóvenes antes de un examen para el que no han estudiado. O bien, cuando nos sentimos incapaces de asumir nuestra radical responsabilidad ante la interpelación de un mundo que demanda compromisos personales, recurrimos a la frase de Ortega que ha trascendido el tiempo y nos ufanamos diciendo “yo soy yo y mi circunstancia” y así, llenamos de intelectualidad nuestros discursos sin tener, muchas de las veces, una clara idea de los procesos de reflexión que llevaron a tales pensadores a acuñar frases tan cargadas de sentido.

Cuando una expresión metafórica —como la aldea global—, la consideramos una definición exacta, hacemos el ridículo; si el mito lo confundimos con un proyecto tangible, veremos, como lo hemos visto a lo largo de la historia, el derrumbe de sistemas que por míticos, carecen de concreción, aunque (ojo) no de verdad, y en nombre de esos mitos se ha vertido sangre y se han aniquilado comunidades. Hoy creemos que se está encarnando la aldea global; que la globalización es la resolución a toda angustia humana, y creemos que con el advenimiento de estas nuevas tecnologías se han roto los monopolios de la expresión para dar paso al pluralismo y a la libertad de la expresión sin límites.

Humildemente, creo que sí, que hemos roto cadenas de censura, hemos creado canales democráticos de expresión, y a cambio de ello trabajamos para una o dos firmas internacionales, globales, que sin darnos cuenta han monopolizado el espacio cibernético en el mundo; no solamente en una ciudad o en un país determinado, y que además, han establecido sus propios lineamientos, lineamientos que respetamos escrupulosamente. Dice Adriana Solórzano, presidente de la Asociación Mexicana de la Defensoría de Audiencias: “Podemos afiliarnos a cualquier red social, pero nos registramos e interactuamos con Facebook (…) podemos utilizar cualquier buscador, pero utilizamos Google”.

Es por eso que digo que el mito de la aldea global creado por McLuhan, es precisamente eso: un mito, una metáfora que utilizó para dar esperanzas de salvar las consecuencias que trajo la alfabetización en manos de ciertos grupos de poder. Pero resulta que hoy la alfabetización cibernética ha iniciado una nueva ruptura entre los que construyen el espacio informático, y los que creemos que lo dominamos, mientras la verdad es que cumplimos el papel que se nos deja cumplir. No nos engañemos: lejos estamos de habitar la aldea global, y si es que estamos en ella, sus gobernantes, saben muy bien como tiranizarnos sin apenas darnos cuenta.

Hasta la próxima.