Había una vez una rana sentada a la orilla de un río cuando se le acercó un escorpión que le dijo: —Amiga rana, ¿puedes ayudarme a cruzar el río? Puedes llevarme en tu espalda.

—¿Que te lleve en mi espalda?, contestó la rana. ¡Ni pensarlo! ¡Te conozco! Si te llevo en mi espalda sacarás tu aguijón, me picarás y me matarás.

—No seas tonta, le respondió entonces el escorpión. ¿No ves que si te pincho con mi aguijón te hundirás en el agua y como yo no sé nadar, también me ahogaré?

Tanto insistió el escorpión que al fin la rana accedió. El escorpión se colocó sobre la resbaladiza espalda de la rana y empezaron a cruzar el río. Cuando habían llegado a la mitad del trayecto, en una zona donde había remolinos, el escorpión picó con su aguijón a la rana. Esta sintió el fuerte picotazo y cómo el veneno mortal se extendía por su cuerpo. Mientras se ahogaba, y veía cómo también con ella se ahogaba el escorpión, pudo sacar las últimas fuerzas que le quedaban para preguntarle: —No entiendo nada… ¿Por qué lo has hecho? Tú también vas a morir. Entonces el escorpión la miró y le respondió: —Lo siento ranita. Es mi naturaleza.

Y efectivamente, la fábula nos traslada a Puebla donde ese escorpión es uno muy similar al que en 2010 se acercó al PAN para pedirle ayuda para cruzar un río que lo apartaba de Casa Puebla.

Para convencerlo, prometió lealtad eterna y hasta protegerlo de los enemigos que lo pudieran acechar.

Solo que el escorpión poblano fue más ambicioso que el de la fábula original.

Una vez que cruzó el río, picó a muerte a su gentil ayudante.

Pasados los años, volvió a requerir de un apoyo para que lo cruzara un nuevo y caudaloso río que lo separa de Los Pinos.

Cautivador y embustero, encontró que el resucitado partido accediera a cruzarlo, solo que esta vez sí cayó en la tentación de su naturaleza y cuando apareció el torbellino, no dudó en enterrar su aguijón, dictando así su condena de muerte.

Comparativamente, los actos de corrupción y la inminente desviación de recursos del gobierno panista de Rafael representan el picotazo de la traición a su partido y del que se derivó su muerte política.

No podía ser de otra manera.

Era su naturaleza.