Ustedes disculpen la frivolidad, hablo en nombre del toreo. Un hombre que empieza su gestión como gobernador con una corrida de toros, cuenta con toda mi simpatía. Que corriendo merengues celebre la toma de posesión de su cargo como jefe máximo de un estado eminentemente taurino, lo considero sabio y respetuoso de su propia tradición. Que ese dignatario pida a sus colaboradores que en el cartel para esa ocasión incluyan a dos toreros y una ganadería de la tierra y que, además, la casa sea emblemática en la cría de verdaderos toros bravos, lo tomo como una señal de amor a su suelo y solidaridad con sus paisanos. Que lo haga a pesar de sus consejeros que le habrán recomendado dejar lo taurino para otros tiempos, manifiesta claridad de intenciones, valor y muchas ganas de ser autentico antes de pretender mostrarse políticamente correcto.

Pasado mañana, es decir, el domingo uno de enero, en Tlaxcala, se correrán seis toros de Tenexac para ser matados por Uriel Moreno El Zapata, José Luis Angelino y Marc Serrano. Además, actuará el rejoneador Luis Pimentel lidiando un morlaco de Vicencio. Será la fiesta para celebrar la toma de posesión de Marco Mena, como primer mandatario del Estado de los cuatro señoríos.

Si al mismo tiempo, para gobernar considera que el bien común es la finalidad principal de la política, se comporta con integridad, exige a sus colaboradores que sean honestos y eficientes, la cosa irá bien. Porque en lo de la tauromaquia es un reflejo de lo que pasa en la calle. Como consecuencia se acabarían las felonías de la gente del toro, cuestiones como son el peso, la edad, el trapío y las puntas intactas de los toros, detalles que hacen tragar saliva a la torería, cambiando en automático la sonrisa socarrona por un rostro demudado, devolverán la emoción al ruedo y con ella, la gente al tendido. Si además, le da su apoyo al juez para que se cumpla el reglamento y por ejemplo, se usen las puyas apropiadas y se apliquen las varas como Dios manda y se toquen los avisos en el tiempo preciso, se estarán marcando nuevos derroteros para el rescate de una tradición muy venida a menos en uno de los estados más taurinos de la república mexicana.

El primer festejo de su administración será muy interesante, porque indicará que es lo que el gobernador quiere respecto a una usanza marcadamente tlaxcalteca y que ha sido vapuleada hasta el extremo de dar ferias completas anunciando corridas de toros en los que con la corrupción de todos, se lidiaron novillos y en muchas tardes, hasta becerros, convirtiéndose las tardes taurinas en catálogos completos de fraudes y triquiñuelas.

Si estos son los augurios, daré por terminadas las vacaciones. La mañana temprana del domingo diré adiós a la sierra, suspenderé estos días de olvido ensimismado en esta casa añeja de paredes envueltas en la nostalgia de una neblina gris y tejas bañadas por las lágrimas atemperadas de una llovizna pertinaz que dura días enteros. Dejaré los montes matizados de verdes, las cascadas cantarinas y los trinos de los jilgueros. Marcharé con la ilusión de volver pronto a estos paisajes donde al correr del agua en los arroyos, el rumor de la fronda y el vuelo señorial de los halcones en las aristas de la sierra me hacen pensar que sólo falta el oboe del padre Gabriel para terminar de deshilar mis sentimientos.

No sé, voy con esperanza, puede ser que un día empiece a imperar la decencia. Lo de los toros siempre es una analogía de la situación política de un país, por ello, se dieron situaciones como la rechifla ensordecedora a López Obrador y la ovación cerrada al doctor Juan Ramón de la Fuente, las respectivas tardes en que la afición los reconoció cuando les brindaron las faenas. Sería para recordar que al fin de su mandato, la voz de la calle que se sienta en la plaza de toros le tribute un aplauso cálido y agradecido a este Marco Mena. Sería fantástico que se fuera limpio y bien plantado, con la frente en alto, como todo un señor.