Lo que vivimos este jueves en Puebla, con el saqueo de tiendas y la necesidad de que se atrincheraran muchas otras, deteniendo el flujo económico en el día previo a las compras de Reyes Magos, no es más que vandalismo puro y nada tiene que ver con el legítimo y justificable descontento social por el gasolinazo.

Aquellos que se organizaron para robar, porque así fue, en las tiendas departamentales, seguramente ni siquiera tienen una posición clara ni una ideología determinada respecto al incremento de los combustibles y las acciones del gobierno de Enrique Peña Nieto.

Distinto de lo que ha pasado en otros momentos en países como Venezuela o Argentina, los saqueadores no fueron por productos básicos o alimentos, sino por electrodomésticos, juguetes y otras mercancías.

No robaron por hambre, no robaron para fijar una posición de descontento, no se trató de una protesta, fue vandalismo y nada más, como también ocurrió desde el miércoles en otros lugares del país, incluso en la Ciudad de México.

Las redes sociales jugaron también un papel nefasto. Se creó una psicosis, sin información confirmada.

En el imaginario colectivo que atendió a las redes, pareciera que en la tarde de ayer Puebla capital vivió una batalla sangrienta.

Por esto y por prevención, 90 por centro de los comercios del centro cerraron, luego de un conato de saqueo en la tienda Woolworth.

Supermercados como los Aurrerá, que están en zonas populares del sur y oriente de la ciudad, fueron saqueados, sin que los cuerpos de seguridad pudieran hacer algo. Esa cadena terminó por cerrar todas sus sucursales, como lo hicieron otras tiendas de autoservicio.

La policía casi no intervino. Tampoco era el momento de arreglar las cosas lanzando gases lacrimógenos o balas de goma, amparados en la Ley Bala del Señor de Los Cerros.

Encima, no hay suficientes policías y en Puebla menos aún están preparados para contener a una marabunta que se cobija en la confusión, el descontrol y el anonimato.

La anarquía podría haber terminado en tragedia.

En la noche, cuando en Puebla todo parecía detenido, como si fuera ya la madrugada en la que ni el transporte público circula, el presidente Enrique Peña Nieto envió a las 21:55 horas un mensaje a la nación.

No dijo nada nuevo, aunque su actitud fue abiertamente de firmeza que, sin embargo, en estos momentos da la apariencia de insensibilidad y reto.

Volvió a repetir que el aumento de las gasolinas tiene origen en los precios internacionales que en el último año crecieron hasta 60 por ciento.

Reiteró que no subir el precio, "mantener el precio artificial" de los combustibles, como le llamó, implicaría detener programas sociales y de salud, que son vitales para el país.

Argumentó que el incremento no afecta a los más pobres y que no habrá alza en otros precios.

Como si las mercancías, todas, los alimentos, los bienes, los servicios y también los pobres, no se transportaran.

El presidente respondió al malestar y a la incertidumbre que se vive con un "¿qué hubieran hecho ustedes?", en el caso de tener que tomar la decisión del incremento a las gasolinas, que de inmediato fue parodiado y que seguramente será una frase tan tristemente recordada como el: "¿Y yo por qué?", de Vicente Fox, o el "ni los veo ni los oigo", de Carlos Salinas de Gortari.

Los primeros cinco días de este 2017 han sido negros.

El gobierno no sabe o no demuestra saber qué hacer y los oportunistas, políticos y vándalos, se suben al tren de la descalificación sin proponer soluciones.