No me voy a callar. Por más que algunos me recomienden lo de que “la ropa sucia se lava en casa", déjenme decirles que la manera que tiene Emiliano Gamero para tratar a sus caballos es una salvajada indignante que me hizo apretar las muelas hasta aflojar los empastes. Sin embargo, según conseja, ahora resulta que por el bien de la fiesta, me debo volver cómplice y no chistar sobre el tema. Pues, no, no y no, de ningún modo.

En las redes sociales se han publicado una enorme cantidad de memeces sobre el asunto. El que firma este texto está sorprendido ante el descubrimiento de que el mundo está lleno de filósofos, sicólogos y adiestradores de caballos. También, los portales taurinos se llenaron de opiniones, por ejemplo, las que recomiendan no hacer más ruido para no darle argumentos a los antitaurinos. Hay quienes se solidarizan con Gamero y piden que los aficionados apoyemos al “pobre” rejoneador porque está siendo satanizado. Otros -estos son sublimes- critican a Fermín Espinosa Armillita por haber roto con su poderdante Gamero. Frases como lo de que “el apoderado debe serle fiel al torero en las buenas y las malas”, me producen arcadas. Por afirmaciones como esas, el toreo es una mafia peor que la cosa nostra.

Miren ustedes que a toda madre, ahora resulta que los aficionados a los toros que no estamos de acuerdo con el barbarie de algunos matadores –aprovecho: esto incluye el afeitado, lidiar animales jóvenes, purgas, tranquilizantes, costaleos y demás- somos insolidarios y tenemos la culpa por repudiar a un torero que en su sistema para domar a sus caballos incluye el ponerse al tú por tú a las patadas, nivel bestialidad equiparada, así como arreglarle su asunto al tordillo a cadenazos, o sea, a la usanza de la más alta escuela… de Tepito.

No, perdónenme, ni me calló ni estoy de acuerdo. La única culpa que tengo en lo de Emiliano Gamero es que de vez en cuando, las tardes que no puedo evitarlo, asisto a corridas en las que actúa un rejoneador. Me acuso de haberme soplado el recorte de pitones hasta la media pala y los tachones para detener la hemorragia, luego, la media tonelada de acero que los caballistas le clavan al pobre morlaco que acomete en medio de todas las desventajas. También, soy culpable de testificar como el matador desde su cabalgadura tira sartenazos mientras toda la cuadrilla –montoneros- lo ayuda metiendo los capotes.

En mi descargo debo decir que nunca he asistido a un festejo de rejones, es decir, a uno de esos en los que todos los alternantes son de a caballo, y espero no hacerlo en mi vida, a menos, ¡claro!, que me invitaran María Sara o Suzanne. No tolero tanta deslealtad en el enfrentamiento con los toros ni que se falte al pacto contra la muerte que desde tiempos ancestrales el hombre hizo con los caballos. Por la falta de pozo, los grandes críticos como Alfonso Navalón y Joaquín Vidal en sus crónicas no dedicaron muchos renglones al rejoneo y fue César Jalón Clarito el que bautizó al prólogo ecuestre de algunas corridas con la afortunada frase de “el número del caballito”. Eso a pesar de que ellos vieron actuar a rejoneadores que eran maestros tan valientes de la talla de Antonio Cañero, que lidiaba a los toros en puntas y escogía el merengue, sí, pero al más grande del encierro, porque les decía a los toreros de a pie, que él llevaba la ventaja de ir sobre el jaco. Cosas del honor, la nobleza y el coraje que hoy, no vemos ni por casualidad.

En cuanto a los antitaurinos, no se puede tapar el sol con un dedo. Como decía mi abuelo: “esto es lo que hay”. Tratos como pulirle la maraca a un caballo a golpes brutales suceden en la tauromaquia del siglo veintiuno. Por ello, llego el momento de revisar los reglamentos taurinos y humanizar el toreo. Paradójicamente, eso se logrará protegiendo más al toro y a los caballos toreros. Los encuentros en el ruedo deben ser cada día más leales y honestos, para que los opositores no tengan la mínima duda de que el toreo es grandeza y no una sarta de triquiñuelas.

Por mi parte, no me tiembla el pulso, el que ha elegido el oficio de escritor no puede quedarse callado ante las circunstancias de su tiempo. Debe denunciar, aunque digan que es culpable de voltear banderas a lo que ama. Los que queremos que el toreo mejore y los que nos sublevamos ante una atrocidad, no somos los malos del cuento. Repulso el trato que Gamero da a caballos y toros. ¿Qué quieren?, como él mismo pide al hombre que lo está grabando: “dame chance yo estoy en mi área de chamba”. Pues, igual, dame “chance” Que la mía es esta, la de escribir y denunciar. Y sin poder contenerme suelto la frase que se subleva: mientras más conozco a la Humanidad, más quiero a la “Greta desgarbo”, mi perra.