Si nuestro punto de partida es la existencia de una sociedad dividida, para abreviar, entre quienes ejercen el poder y quienes son víctimas de ese ejercicio, la difusión del miedo entre estos últimos ha sido parte de una práctica permanente que se diseña desde la cúspide del poder.

El miedo cumple una función social: que el estado de cosas no cambie, porque a través de la difusión del miedo y el temor, dirigido a quienes viven bajo el poder de otros, se les hace llegar un mensaje cifrado en el que se les induce a creer que es mejor que dejen las cosas como están.

En el pasado, los jinetes del Apocalipsis —hambre, guerras y pestes—, mantenían a la población al pendiente de los juicios que emitían los descifradores —sacerdotes, reyes, príncipes, magos, poetas, filósofos, entre otros—, acerca del presente y el futuro de esos fenómenos, con los que se amagaba a los sometidos al poder.

Como algunos de esos fenómenos eran inevitables, quienes ejercían el poder los valoraron como castigos divinos ya cuando ocurrían, por lo que al final de cuentas esos juicios terminaban por afianzarlos en el poder.

El agua fue, durante la época de las grandes haciendas en México, un líquido vital para la vida productiva, social y agrícola de las mismas.

Las grandes propiedades de tierra así como el agua de las haciendas siempre estuvieron en litigio, porque los hacendados se las apropiaron por la vía de las concesiones que lograron de la Corona española, el vacío que dejó sobre la tierra la enorme mortandad que vivieron los pueblos étnicos debido a las enfermedades que acompañaban a los ibéricos así como por la vía de la fuerza, considerada su apropiación como un premio y símbolo de conquista.

Sobre las fuentes de agua como lagos, ríos, veneros así con respecto a los medios utilizados para trasladar el agua a las tierras de labranza de las haciendas, se crearon leyendas sobre lloronas, aparecidos, charros, duendes, cuyo propósito era sembrar miedo e intimidar a la población para evitar se acercaran a esas fuentes o emitiera deseos sobre esos bienes.

De lo que se trataba era el tratar de contar con ciertas garantías por la vía de las creencias que los atemorizaban y, con ello, mantener a la población alejada de esos lugares en donde podían encontrar a los “aparecidos”.

La llegada de los españoles a Mesoamérica significó un cambio en la percepción que se tenía de las figuras mitológicas. Mientras que lo que ahora llamaríamos médicos, en el pasado eran descifradores de hechos incomprensibles y, asimismo, contribuían a ejercer el poder de las elites mexicas sobra la población local así con respecto a las poblaciones conquistadas.

Con la llegada de los ibéricos los chamanes pasaron a ser brujos y las figuras de los nahuales, que eran parte de los rituales mesoamericanos, se transformaron en figuras demoniacas, lo que sirvió para descalificar y sustituir a esas creencias por dioses y santos buenos.

¿A quién beneficia el miedo?

Para no ir tan lejos, según explica Loreto (2009), en su trabajo sobre La ciudad, territorio del miedo. Puebla de Los Ángeles, México. Siglos XVI-XVIII, en Gonzalbo, Staples y Torres, en Una historia de los usos del miedo. México: Colmex-Iberoamericana, a la población se le infundía miedo y temor a lo desconocido, lo que incluía fenómenos naturales y climáticos así como algunos lugares muy específicos de la ciudad, ubicados en la entonces periferia poblana, que siempre han sido áreas agrícolas excelentemente productivas.

Con el paso del tiempo, las brujas que cruzaban los cielos en torno a la Luna se transformaron en alienígenas y, hace apenas unos años, en comunistas, pasando por los chupacabras, que terminaron por ser utilizados para confundir y atemorizar en escenarios de crisis económicas permanentes, devaluaciones y miedo al desempleo.

El miedo y el temor es una construcción social que casi siempre obedece a intereses perfectamente identificables no sólo por actos, dichos o silencios propios de quienes están en el poder sino por sus conclusiones, es decir, a quien favorecen finalmente.

El gasolinazo ha provocado el inicio de una rebelión popular a lo largo y ancho del territorio nacional. Por rebelión entiendo como aquel acto, no solamente de rechazo, sino de acciones concretas de la población en contra de una medida emitida por la autoridad. Para distinguir la rebelión de otros tipos de expresiones de descontento, la rebelión se limita a no aceptar en los hechos una medida tomada por la autoridad.

El otro aspecto es que la rebelión puede ascender a otro tipo de manifestaciones como una revuelta o una revolución en contra del gobierno (y ya no únicamente en contra de una medida en particular), a quien considera incapaz de gobernar. Los desmanes y saqueos son una expresión de las fuerzas que no quieren que la rebelión trascienda, por lo que se tiende a sembrar confusión, miedo y temor entre la población.

Dijo Rafael Moreno Valle que los saqueos en Puebla son actos provocados por partidos contrarios al gobierno, pero no se dice quiénes o cuáles.

La Organización de Comerciantes 28 de Octubre dijo que algunos de los incitadores eran pagados por el gobierno sin aportar pruebas.

Ahora bien, debemos entender que al gobierno se le puede acusar con pruebas contundentes de que puede estar detrás de algunos actos ocurridos en la capital. No se les acusa de tontos, que anden sembrando pruebas por todos lados a las que se puede acceder fácilmente para responder que dicen mentiras. Las pruebas se pueden obtener, según aconsejan los sociólogos, por responder la siguiente pregunta: ¿A quién beneficia en última instancia miedo y temor que ocasionan los saqueos?

En un escenario del inicio de una especie de rebelión contra el gasolinazo, las apuestas para 2018 de las élites priistas, panistas y perredistas no prenden ni con velas ni telenovelas. El miedo y el temor hacen por el momento su juego.