El aspirante a la candidatura presidencial ha sido capaz de todo, según se ha podido ver con el paso del tiempo. Dueño de su mundo, mostró a su interlocutor a través de un enorme ventanal, un escenario imaginario en el que una multitud grita su nombre acompañado de un infaltable: ¡Presidente!, ¡Presidente!, ¡Presidente!

Su brazo izquierdo descansa sobre el hombro de quien le escucha, dueño del orgullo que le da su estirpe de poder y dinero. Le dice: “Imagina, se llama poder y control de masas”. Dosificar las emociones es la consigna ya como candidato.

Enfundado en un impecable traje oscuro, corbata a rayas y corte de pelo exactamente como todos los días desde que comenzó su carrera política cuando llegó de la iniciativa privada. Impecable, nada en él se mueve de su lugar, como sucede lo mismo en la amplia oficina en la que despacha, en donde el orden parece producto de una mente enferma.

El aspirante posee un amplio y complejo sistema de espionaje que le permite obtener información privilegiada para doblar cualquier voluntad política o empresarial que le haya podido significar un obstáculo para alcanzar sus propósitos, cada vez más evidentes desde que se destapó.

Usa para ello instrumentos que atienden gustos cavernícolas o intereses más oscuros, muchos de ellos inconfesables. En la larga lista hay de todo, hasta militantes de otros partidos políticos. Da lo mismo.

Encarrilado en su carrera luminosa, busca espacios cómodos que le signifiquen el menor desgaste para no distraer su atención delirante: la candidatura presidencial.

Concede entrevistas en espacios noticiosos en medios de comunicación cuyos titulares, propietarios o accionistas, están sometidos a la voluntad del poderoso.

En medio del set televisivo, luces y personal de la televisora todo dispuesto, el entrevistador suelta la primera ráfaga de ¿preguntas?

“No tenemos un idiota como ese en la nómina”, dirían en el equipo político rival, a cuya cabeza está otro siniestro personaje montado en la carrera por la nominación y no menos inescrupuloso que el ministro de Finanzas en el set de televisión en ese momento.

Previamente un ujier había sembrado la batería de cuestionamientos para aparecer en el espacio de televisión “más visto del país”.

¿Cuál ha sido el momento difícil de tu vida?, pregunta con actitud de inquisidor, tratando de esconder el lugar común a manera de pregunta áspera ya en vivo.

Y entonces, frente al entrevistador el personaje de traje impecable, de sonrisa enigmática y de apariencia pulcra, suelta: “La muerte del general… Ricardo Benavides”.

Se trata de un fragmento del capítulo 107 de la telenovela Infames, producida por Argos Comunicación en 2012, en cuyo personaje, Juan José Benavides, caracterizado por el actor Carlos Torres Torrija descansa casi toda la trama de poder, dinero y corrupción.

Cualquier parecido con la realidad imperante en estos días, es responsabilidad de quien la establezca.

¿O de quién se supuso se hablaba en esta columna?

En el sótano…

1. Nadie podrá dañar vehículos, hacer pintas, agredir, saquear negocios o insultar a nadie este domingo 15 cuando, dice la convocatoria de los organizadores de la marcha, plantón y juicio público en contra de Rafael Moreno Valle, al momento de que el mandatario efectúe su sexto y último informe de labores en San José Chiapa.

Nadie podrá acusarlos de violentos, provocadores o de prepotentes, como se ha querido hacer ver desde los distintos niveles de poder.

2. El mea culpa de Alejandro Armenta. Fiel a su estilo, el diputado federal originario de Acatzingo, salió con que está arrepentido de haber votado en favor de la Ley de Ingresos de este año, iniciativa que envió el gobierno federal que preside un correligionario suyo: Enrique Peña Nieto.

Tan desesperante es la necesidad de legitimar su activismo ante la gente que llega incluso a patear el pesebre del que viene. ¿O no?

3. El edil panista de Tecamachalco sigue sin dar una. El miércoles que recibió la visita del gobernador Rafael Moreno Valle y del delegado de Sedesol, Juan Manuel Vega Rayet para poner en marcha una oficina de atención a sectores vulnerables, de plano fue abucheado.

Qué pena con las visitas, dice un viejo y colorado chiste.