Pareciera que México combina en su historia, al menos, dos características: la estructura de un comic o historieta, y la espera de la llegada de un mesías.

Probablemente algunos de quienes hacen favor de leer esta columna, recuerden la euforia que causó en nuestro país el arribo a la presidencia, de Vicente Fox. Era, de acuerdo con los encabezados de los diarios, el fin de la dictadura priista y el inicio de la era de la verdadera democracia. El sueño duró poco. Algunos más viejos también recordarán esa nuestra historia oficial metida a cincelazo puro en nuestros cerebros juveniles, y en la que se elevó a los altares de la patria a próceres como Benito Juárez, (ser impoluto y casi arcángel, cuya muerte impidió que se perpetuara en el poder como lo haría después Díaz, —eso no lo decían los libros de texto—) y se sepultó en el infierno a los “malvados” Iturbide, Santa Anna y al propio Porfirio Díaz.

Como dice Armando Fuentes Catón, somos cada vez más pocos los que podemos evocar el haber vivido aquella palabra sagrada “revolución” o “revolucionario”, que debía estar siempre presente en todo discurso político, so pena de ser declarado un hereje de la democracia y ser quemado en la hoguera de los reaccionarios, si no se insertaba en el texto de cualquier arenga.

Dice el historiador y periodista: “Revolucionario era desde el gendarme de la puerta de Palacio Nacional, hasta el propio presidente de la República”.

Y yo añado: revolución o revolucionario, palabras mágicas de la propaganda nuestra que hizo posible grabar con letras de oro en el edificio del Congreso, el sobrenombre de un bandolero llamado Doroteo Arango.

Ya lo hemos sugerido en este espacio: la propaganda política no se acaba en una mera campaña promocional de tal o cual candidato; la propaganda política es algo así como el esqueleto, o si se quiere, el sistema nervioso central sobre el que se muestra el rostro de lo que los mortales llamamos “poder”.

Es la estructura de acciones que llegan a las fibras más primarias de los seres humanos; acciones que exacerban sentimientos de placer, violencia, tristeza, ilusión.

De ahí que una propaganda bien manejada perpetúe poderes, y una descuidada pueda ser la propia soga donde se ahorque quien no sepa manejarla. No me detendré en ejemplos contemporáneos.

Característica de esa propaganda es la confección de un enemigo contra quien hay que luchar de la misma forma en que los héroes de los “comics” luchan “en defensa del bien”, contra el “gran enemigo”.

Los propagandistas de Trump saben muy bien generar ese enemigo, como ancestralmente los gobiernos estadounidenses han generado el suyo: comunismo, islamismo, hoy es la migración en todos los niveles.

Nosotros los mexicanos, hemos tenido también nuestros villanos contra los que lucharon los superhéroes del poder: “los ricos”, “los pelones”, “los reaccionarios”, “el narco”, la Iglesia…

Poco a poco, y afortunadamente, este país ha ido madurando y ya son menos quienes creen  el cuento de los enemigos monstruosos, porque los propios “héroes” son villanos enmascarados en la corrupción, las componendas de poder, el fraude, el despilfarro, incluso la muerte (y ya no sigo).

Sin embargo, ese sentimiento de esperanza sobre un mesías redentor, sigue presente: hoy, a dos años de que termine su administración nuestro presidente, tan poco afortunado en su imagen propagandística, los mexicanos nos preguntamos, emulando a aquel personaje de Roberto Gómez: “Ahora, ¿quién podrá defendernos?”, y como señalaba en otro espacio; nos invade la desesperanza.

Pero nuestra mirada de espera mesiánica no sólo se enfoca a los gobernantes, sino a “héroes de la denuncia”; espera mesiánica  aprovechada por una periodista que supo bien vender su imagen de mártir y que con su equipo  ha anunciado la “vuelta a los medios”, como si alguna vez se hubiera ido. Un héroe que emulando la propaganda política, se encargará de crear el enemigo único, que, adicionalmente generará buenas regalías y un buen raiting. Otro de estos amigos paladines de la opinión, anunció su candidatura, bajo la promesa de “protegernos del mal”.

No, no hay enemigos abstracto: todos tienen nombre y apellido, tampoco hay redentores ni mesías: hay un pueblo al que pertenecemos usted y yo, que requiere del trabajo continuo, de desechar la farsa de enemigos monstruosos, que requiere acciones: rebelarse en contra de un consumo desmedido, en contra del agandallamiento cotidiano y de la explotación disfrazada; que requiere de la generosidad, del respeto a las diferencias  y de la convivencia ciudadana.

Hasta la próxima…

[email protected]