No hay mal que dure mil años ni macegual que los aguante, reza el dicho. En nuestro caso son seis largos, largos, largos, largos, largos larguísimos años. No te vayas a imaginar, amable lector, que me estoy refiriendo a que se nos va nuestro “amantísimo ciervo del pueblo”, no me refiero a la plaga de la roya cafetalera o al rollo político que asoló a los paupérrimos pobladores de la sierra poblana que perdieron prácticamente todo en un sexenio.

Tengo entendido que a los productores de Cholula les fue como en feria, algunos hasta perdieron sus tierras que las hemos visto convertidas en un hermoso parque recreativo tipo Disneylandia pero diseñada por un plomero mariguano en un aquelarre político, porque el autor de esta “magna” obra tiene de diseñador urbano lo que yo de reina de la belleza México.

Entrar y salir de San Andrés Cholula es un calvario, lector querido. La única forma de poder lograr esta proeza  podría ser utilizando un helicóptero o algo así, porque si lo quieres hacer de otra forma corres el riesgo de quedar muerto por inanición o de pérdida del juicio por deshidratación en el intento.

Pobre San Andrés, tan cerca de los pirruris y tan lejos de su historia gloriosa, de sus templos y pirámides majestuosas. No cualquier “señor licenciado” puede ser urbanista, ni cualquier compadre ni pariente. El urbanismo es una profesión que requiere, entre otras cosas, CULTURA, —quizá por eso estamos como estamos—.

En fin se nos va uno y seguramente nos llegará alguien tipo “Trump” a sacarle jugo al botín de San Andrés.