¡A ver!, ¿qué parte no entendieron? Me cago. ¿Qué?... ¿nunca vamos a salir de esto? ¿De verdad, ya no quieren que entre gente a la plaza? A esto se lo está cargando el carajo. Déjenme desahogarme, que la literatura es hija de la decepción y escribir me sirve para ahorrarme las visitas al sicólogo. Es que cada corrida en la Plaza México es una infamia contra el aficionado. En este país, gustar de la fiesta brava es patológico, masoquismo puro, no quererse, ensañarse contra el propio hígado.
Dicen que la culpa de que la tauromaquia nacional esté en franca agonía es de todos, que antes íbamos al tendido –hoy ya no van ni las tías de los toreros- a aceptar mediocridades y todavía, las aplaudíamos entusiasmados. ¡Alto!, no es culpa de todos. Mía no, por cierto. Los artículos guardados en mi página electrónica son el testimonio. Los responsables fueron los aborregados que iban cada domingo a corear con oles las lidias a toritos insulsos y mansurrones que acabaron con la emoción del toreo. Como vemos cada día en la situación política, económica y social de este país, la pasividad de las víctimas envalentona a los verdugos. Así también, pasó y pasa con la fiesta de toros, el doctor Herrerías dejó el patio hecho un asco y la firma actual, entre cambios y enmiendas, no ha dado pie con bola y cada tarde brinda pan con lo mismo.
De verdad, a la empresa se le agradecen las ganas de corregir el rumbo,  que haya suspendido los seriales de fin de semana -la México no aguanta las mini ferias-. Gracias por bajar los arbitrarios precios de las entradas y gracias porque las corridas otra vez empiezan a las cuatro y media, pero eso no es lo importante. Lo que en realidad se necesita es que se convenzan de que ya no caben más Pereras, ni Juan Pablos, ni Arturos, ni hijos de dinastías que con el entusiasmo de una gorda bailando zumba, se empeñan en destrozar el honor de sus ancestros. Basta de Adames que llegan con vitola de figuras, muy poca clase y una ristra de estafas y marrullerías en la espuerta más variada que las del vendedor del elixir infalible: “¡que no le digan que no le cuenten!. Le venimos ofreciendo las capsulas que curan cáncer, flatos, reumas, diabetes, verrugas, caries, malos humores, cólicos, asperezas de la piel, extirpación de cayos y previene la calvicie”. 
¡Basta!. Lo que urge son toros con cinco años de edad, que salgan en puntas y que peguen tremendas cornadas para volver a creernos lo de que esto es serio y que en el afán de bordar una faena el hombre se está jugando las femorales. 
Las figuras mexicanas han hecho de la mediocridad una forma de vida. Nunca darán un campanazo en una arena de esas que hacen historia. No tiene caso, si con el novillo anunciado como toro, una buena segueta para los pitacos y la bendición del cielo materializada en dos orejitas, logran contratos en La Chona, Moroleón, la Santa María de Querétaro –que ya es plaza de tercera, y si quieren sigo- Tepeapulco, Apam, Huamantla, Orizaba, Nanacamilpa…  
Si la empresa de la México pretende que las cosas rompan a bueno, tiene que dar verdaderas corridas de toros y dejar que pase un tiempo para que los teofilitos, fernanditos, marroncitos, bernalditos, hamdancitos e isidritos, refresquen y se encasten.
Para la próxima temporada –ésta ya valió gorro-, unas corridas concurso vendrían muy bien. Tres ganaderías por cartel y de toda la cabaña brava del país y bien reglamentados los puyazos. Lo mismo, tres espadas que se arrimen con los machos amarrados de veras y nos devuelvan la esencia original. Tardes que nos regresen al argumento primigenio de que en una corrida de toros, el hombre ha pactado con la muerte, para crear en sus terrenos la belleza más conmovedora que hay sobre la faz de la tierra. El domingo, los montecristos, justos de presencia y armamento, con su debilidad pusieron por los suelos la premisa. Se necesita la emoción que da la verdad. Las faenas preciosistas, pero sin pozo están acabando con el toreo. De lo mismo de siempre, ya estamos hasta la coronilla. ¡Nada!, lo de “pasión hecha a mano” son sandeces. ¿Quieren una buena frase para la mercadotecnia?, aquí va esta: ¡Toros, coño!