La muerte de mujeres en donde, efectivamente, entidades como la de México, encabeza las nada honrosas listas a nivel nacional, no debe ser motivo de alegría, justificación o desmarque de los gobiernos de otras entidades, que surgen en virtud de contrastar hechos con intereses políticos, como es el caso de lo que ocurre en Puebla, Juárez o la misma Ciudad de México.

Más allá del feminómetro a través del cual se establecen cifras que en sí mismas son importantes pero que también reducen el fenómeno a un debate de número, es pertinente colocar las reflexiones que se hacen sobre este tema en sus fundamentos, con el fin de evitar caer en lo tenue o elevado del color rojo de la información.

Los feminicidios tienen un fondo histórico que los filósofos llamarían kantiano. Es decir, en el hecho de que la vida de los individuos se incrusta en un orden social, en el que existe una práctica que consiste en utilizar a los seres humanos como medios para determinados fines.

En ese fondo histórico-social, se ha construido un discurso que hace apología a una especie de minusvalía de las mujeres.

Ese discurso es un discurso que en sí mismo tiene una carga de violencia pedagógica, porque no valora hechos sino que apunta a construir o reconstruir una realidad; es decir, sirve de puntal de un orden social que no es algo estático sino dinámico. En cada momento y contexto histórico cobra vida, a través del discurso como noticia, la legitimidad científica o como política pública.

Ese discurso generalmente parte de ese fondo histórico que hemos señalado y que reconstruye la violencia y el discurso sobre la violencia, pero como arte de gobernar en su sentido negativo. La clave está en comprender que cuando se construye un discurso desde el poder, se hace sobre el principio de aparecer como irreverente aunque no lo sea.

El discurso de los feminicidios reduce el fenómeno al ámbito doméstico. Se sugiere que el hecho está en atemperar a la figura masculina, a la que se le envía el mensaje de que no es de “hombres” lastimar físicamente a la esposa, por lo que el problema de la violencia hacia las mujeres se transforma en algo que consiste en atemperar los impulsos o instintos masculinos contra las mujeres.

Ese discurso que se hace acompañar de las imágenes que de ahí se desprenden, y que se transmiten a través de los medios de comunicación de masas, sostiene la imagen minimizada de la mujer ante el hombre incontrolable, y cuya salida a la violencia es individual y a lo mucho familiar pero irremediablemente sometida a la voluntad del “control” masculino.

Un discurso de ese tipo invita a que la salida que se desprende de su lectura sea de tipo sico-psiquiátrico, policiaco o del campo del trabajo social, como regulador institucional de la violencia. Se añade a ello, culpar a los arquetipos que se han creado de la mujer como las causas cuando en realidad todo ellos son la consecuencia de un discurso construido por el poder.

No quiero decir con ello que existe “alguien” que está detrás de ese discurso que en la opacidad, en lo oscuro, en los sótanos del poder, esté demoniaca (o angelicalmente, según se le vea) construyendo discursos. No. Los individuos pertenecemos a especies de biografías históricas que nos colocan en una realidad social y que nos hacen actuar en ella, pero de manera funcional, acríticamente.

Dicho lo anterior, habría que agregar que el mundo es mundo social, construido por seres humanos que nos han heredado un fondo histórico que nos explica y nos hace ser, que debemos recomprender con el fin de evitar que la realidad nos aplaste y, de esa manera, tratar de entenderla comprendiéndonos y comprometiéndonos con ella.

Comprender es la vía que nos capacita para transformar las circunstancias en certezas sociales. La violencia reductiva a lo familiar, que empuja a pensar en la salida psiquiátrica o sicológica, en la vía policial, apunta a esperar que la misma violencia perviva y se repita más adelante. Se quiere que la violencia sea funcional.

Los feminicidios son el rostro visible de un fondo de violencia que no debe ser reductible a la familia. Existe desaparición de mujeres jóvenes, extorsiones a mujeres, cobros de derechos de piso a mujeres, secuestros de mujeres, asesinatos de mujeres por lo que se llama crimen organizado, mujeres jóvenes que son obligadas a ejercer la prostitución, sirvan a grupos delincuenciales como “esposas”, entre otros aspectos.

Esta violencia no es funcional sino reconstructiva de un orden desajustado socialmente.