Esta bella fiesta es como los chocolates, aseguras que te comerás sólo uno y de manera inevitable, acabas por estirar el brazo veinte veces seguidas. En el mundo del toreo se tejen entramados que uno ni se imagina. Relaciones, vínculos, amistades, que van trenzados a corridas, ganaderías, recuerdos de faenas gloriosas, escenas, libros, congresos, cuadros, música, esculturas, gente… Hay tanto por saber y da tanto de que hablar, que a veces pienso -es sólo una suposición que me hago gracias a la riqueza de la tauromaquia- que lo de José María de Cossío fue algo como tener la intención de escribir sobre un tema taurino, por ejemplo, la relación entre las artes y el toro y acabó publicando toda una enciclopedia monumental. De ese grueso va la hebra.

A Araceli Guillaume Alonso la conocí en Tlaxcala hace algunos años –creo que cinco- cuando lo del coloquio internacional La fiesta de los toros, un patrimonio inmaterial compartido. Allá, nació una amistad -que abraza a su esposo y a mi familia- perdurando al paso del tiempo y teniendo un océano de por medio.

La tarde era clara y tibia, olorosa a jazmín español, a hierbabuena y a buganvilia, tuvo el encanto que da volver a ver a los amigos. La charla, obvio, se cuajó de toros, toreros, libros. Desde la reciente despedida de Zotoluco y las últimas faenas de Ponce, hasta la tarde milenaria en que Teseo le metió media estocada en todo lo alto al Minotauro y lo hizo rodar sin puntilla, pasando desde luego, por el toro nupcial, los alanceadores medievales y claro -cómo no, si estamos en México- por los juegos de cañas y las corridas mencionadas por los escritores de la conquista, Bernal Díaz del Castillo y Alvar Núñez Cabeza de Vaca al cante. También, hubo escapadas colaterales, por una parte, a las faenas de Rafaelillo a “Injuriado” de Miura y al toro de Victorino Martín bautizado como “Cobradiezmos”, a cargo de Manuel Escribano. Y por la otra, a las magnificencias atiborradas de adornos de la Capilla del Rosario y al barroco andaluz de las iglesias poblanas.

Araceli Guillaume es doctora en Filología Hispánica y profesora titular en la Universidad de París IV-Sorbonne, de la cátedra Civilización y Literatura Hispánica y ahora, la Real Maestranza de Caballería de Sevilla la ha designado como pregonera del serial taurino de este año. La lectura de su texto que será muy hondo y hermoso –estoy seguro de ello-, como es tradición, la hará en el teatro Lope de Vega el próximo dieciséis de abril, Domingo de Resurrección y será la segunda mujer que dice el Pregón sevillano, la primera fue Esperanza Aguirre, la que expresidente de la Comunidad de Madrid.

Se ha colado merecidamente a un cartel de lujo, me digo mientras la oigo hablar de toros, de literatura, de historia. El Pregón Taurino de Sevilla, lo han dicho entre otras personalidades nombradas como me vienen a la memoria: los novelistas Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y Arturo Pérez Reverte; los escritores Andrés Amorós y Fernando Sánchez Dragó, el poeta Manuel Benítez Carrasco, los filósofos Fernando Savater y Francis Wolff; el dramaturgo Albert Boabdella, entre otros, en un catálogo de primer nivel que también abarca matadores, historiadores, ganaderos, periodistas, políticos, un lord, y más. 

-¡Qué bien se come en Puebla! Dijo la doctora Guillaume.

Luego, se quedó en silencio y cuando creí que ya no diría nada, agregó:

-Un pueblo sin gastronomía y sin corridas de toros, es un pueblo de bárbaros.

Estuve de acuerdo sin cortapisas y me sentí muy orgulloso de mi ciudad angélica, de su cocina barroca, de sus tradiciones y de su arquitectura. Además, salí bien librado, hablando de retablos, baldaquinos, cúpulas, moles y pipianes, me libré de la alergia que me brota cuando tengo que dar la explicación del porqué en México no se lidian toros-toros.