Insensibles, enmohecidos y poco dispuestos a la apertura de voces que no provengan del meritocrático “sí señor, lo que usted diga señor”, la clase política que aún pervive en las filas del Partido Revolucionario Institucional está lejos de entender que Mario Marín Torres en Puebla; Javier Duarte de Ochoa, en Veracruz; y José Murat Casab, en Oaxaca, son las figuras que más rechazo despiertan entre la sociedad en general, dentro y fuera de sus respectivos estados.

Duarte de Ochoa y su conducta rapaz al frente del gobierno de Veracruz, cada vez más evidenciada, se convertirá en el instrumento de campaña negra en la elección de 2017 y 2018, sin lugar a duda. Y será eficaz herramienta para dañar al abanderado priista en el Estado de México, Alfredo del Mazo Maza.

Lo mismo ocurrirá con quien aspire a ser candidato bajo las siglas del partido de Enrique Peña Nieto en la presidencial en 2018. Javier Duarte, a quien el propio mandatario consideró como la personificación del nuevo PRI, es desde hace algunos meses el personaje del que difícilmente podrán desligarse. Tóxico de principio a fin.

Marín Torres, en Puebla, padece aún la leyenda negra que lo coloca como el mandatario que envió a la cárcel a Lydia Cacho por una consigna del poder empresarial, de la que no se pudo desmarcar y cuyo apodo de góber precioso lo perseguirá hasta el fin de los días.

Basta recordar el día en que la excandidata Blanca Alcalá Ruiz se registró en el viejo edificio del PRI municipal, en mayo de 2016, donde eufórico atendió el llamado de las “fuerzas vivas” Marín Torres. Error carísimo para la causa de la única candidata que ese partido ha postulado en la esfera local.

La oposición al priismo leyó mejor el momento, aprovechó la oportunidad y alentó una campaña contra la abanderada, una mujer que tampoco supo desmarcarse con oportunidad e inteligencia de ese correligionario, a quien acusan de haber ejercido violencia de género. Marín Torres en el templete de un acto multitudinario que pudo haber sido un exitoso comienzo rumbo a Casa Puebla, fue el primer clavo en el ataúd de la senadora.

Tan impopular es el último mandatario priista que hubo en el territorio poblano, que su misma dirigencia local decidió eliminarlo de las fotografías oficiales de los eventos públicos en la región de Tehuacán este fin de semana. La explicación sobra, los datos hablan por sí mismos.

En estos días está por concretarse el nombramiento del oaxaqueño José Murat al frente de la inexistente Confederación Nacional de Organizaciones Populares, el sector popular del PRI de Enrique Ochoa Reza, personaje impuesto por el ala política en el círculo de Peña Nieto.

La aparición de los últimos dos personajes del priismo del pasado no hace sino confirmar la razón por la que esa oferta política vive una sangría sistemática de nuevos cuadros, muchos de ellos hartos de la forma de hacer política desde los viejos tiempos: lejos de la demanda de apertura, autocrítica y tolerancia las voces disidentes que permiten un contraste en medio de esa voz monocorde que dice “sí señor, lo que usted diga señor”.

Duarte, Marín y Murat son los cadáveres políticos insepultos que hieden en medio de un clamor social cansado del sistema de partidos, de sus privilegios, corruptelas e impunidad. No hay estrategia inteligente para persuadir a los incrédulos de poca fe secular en este, el tiempo de los antisistémicos.

Solo es cuestión de sentarnos a esperar para que comience el espectáculo del fin de los días para el aparato que llegó al poder detrás de Peña y sus seguidores.