Dice el presidente Enrique Peña Nieto que en el Partido Revolucionario Institucional (PRI) "siempre salimos a ganar", pero la arenga que pronunció este sábado en el marco del 88 aniversario de la fundación del tricolor no basta para animar y recobrar la confianza de muchos militantes, operadores y simpatizantes. Al menos no en Puebla.

Según el primer priista del país, su partido nunca acuerda derrotas. Y lo dice por los comicios que en este 2017 se desarrollan y tendrán cita en las urnas en junio próximo, en el Estado de México, Nayarit, Coahuila y Veracruz. Las primeras tres entidades eligen gobernador.

Lo dice con entusiasmo, pero no parece referirse a Puebla, en donde los mismos militantes del tricolor han denunciado arreglos de la cúpula priista con el exgobernador Rafael Moreno Valle para garantizar la continuidad del morenovallismo en la entidad. Ni Enrique Peña, ni Enrique Ochoa Reza, el presidente del Comité Ejecutivo Nacional (CEN), convencen aquí.

Posiblemente sea verdad que el PRI se ha negado a apalabrar las derrotas en Nayarit, en Coahuila y, por supuesto, en el bastión del Grupo Atlacomulco, de donde proviene Peña, el Estado de México.

Ahí, por cierto, Moreno Valle le está haciendo todo el juego al tricolor. Ahí la operación del exgobernador es contra los mismos panistas.

Sin embargo, en Puebla la percepción de la militancia es otra y no basta con la declaración animosa de Peña, quien además en el pasado reciente ha dejado ver su afecto por el hoy aspirante presidencial del PAN, Rafael Moreno Valle.

Mucho trabajo tiene que hacer el PRI en Puebla para cambiar ese sentir.

Hay avances, pero todavía no bastan.

Una muy buena percepción dejó la expulsión de Fernando Morales Martínez, que conocimos este fin de semana, porque representa una prueba de eso que tanto han repetido, de que "ahora sí", van por la cabeza de los traidores.

Además, porque Morales Martínez es hijo de un exgobernador, pertenece a un clan caciquil tradicional del tricolor y porque fue presidente del Comité Directivo Estatal (CDE).

Por eso que se haya cobrado su traición con su expulsión e imposibilidad de que pueda solicitar su reafiliación, tiene un valor simbólico.

Sin embargo, todavía faltan muchos más para que entonces lo que pomposamente llaman "las bases", que son quienes mantienen con vida a ese partido, comiencen a recobrar confianza en sus líderes estatales y nacionales.

La lista de quienes están en posibilidad de ser expulsados es larga. La encabeza, sin duda, el excandidato a la gubernatura y antes hijo putativo de Mario Marín Torres, el eterno inconforme, Javier López Zavala.

Y no porque el chiapaneco merezca el destierro por el reciente apoyo que ha manifestado por el presidente de Movimiento Regeneración Nacional (Morena), Andrés Manuel López Obrador, sino por el doble y hasta triple juego que ha realizado en otras elecciones y que todos conocen en el PRI.

Su cabeza como exmilitante sería un muy buen trofeo en la oficina de Jorge Estefan Chidiac, el presidente del CDE, y luciría muy bien al lado de la de Fernando Morales.

Solo con esa y otras muestras de autoridad y de fuerza es que el PRI poblano podría comenzar a robustecerse hacia 2018, y además frenar la salida de militantes que, sin estar en las portadas de los periódicos y en la mención de los columnistas, son importantes y aportan cohesión y apoyos.

Muchos se están yendo a Morena porque ya no ven en el priismo futuro, ni político, ni económico.

Si la aseveración de Peña Nieto, al menos para el caso de Puebla, no está acompañada de acciones concretas y hasta espectaculares, dudo mucho que el PRI pueda levantarse de la lona que muerde desde 2010.

Es mucho pedir, pero no hay otra salida.