Antes de ser malinterpretado como un amargado fatalista, apocalíptico, quisiera aclarar que lo que más disfruto de Facebook son los memes, los chistes, las curiosidades y las ingeniosas producciones sarcásticas.

Una vez hecha la aclaración, quiero compartir esta reflexión: quienes tenemos la fortuna de expresar nuestra opinión en un espacio público, respaldado por un nombre, como es el caso de esta columna en este diario, adquirimos un compromiso que obliga a respetar a los potenciales lectores y a diseñar las maneras de capturar la atención y fidelidad de los pocos o muchos que nos hacen el favor de leernos.

En realidad, se trata de un privilegio; un privilegio que requiere responsabilidad: en estricto sentido, la palabra responsabilidad significa capacidad de respuesta. Quien ejerce una acción responsable, es, o debe ser consciente que debe responder a cualquier demanda o reclamo de credibilidad, fundamentación, argumentación, así como a las consecuencias de tal acto.

Escribir de manera pública demanda responsabilidad. Sin pretensiones de generar aquí una disertación sobre la libertad de expresión y el derecho a la información, temas cuyo debate ocuparía mucho más que el espacio de esta columna, me limito a mencionar algo que considero la consecuencia más importante que ha originado la explosión de las redes sociales y que es una crisis de responsabilidad.

No es mi intención sonar fatalista: al decir crisis de responsabilidad, no estoy expresando un juicio valorativo que denuncie la ausencia de responsabilidad. Utilizo la palabra crisis como ese momento de inflexión que nos pone frente a situaciones que nos exigen revisar, resolver, decidir.

Decía al inicio de estas líneas que este espacio es para opinar, así como el Facebook y su muro constituyen un sitio abierto a las opiniones. La diferencia es el ámbito de responsabilidad. En el caso de esta columna, está firmada por un ser humano, y eso no es poco: las opiniones vertidas en las redes sociales pueden alcanzar una gran difusión a punto tal que se diluya su autor.

Las opiniones vertidas en espacios como este, no son lanzadas como saetas al aire sin intención de destino y no tienen pretensiones de sustituir la participación cotidiana y activa en temas de reclamo social. Ignoro si puede decirse lo mismo de una buena parte de (no todas) las publicaciones que pretenden ser serias en Facebook, donde también comparto esta columna.

Llama mi atención el hecho de que cuando queremos ponernos serios, Facebook ha llegado a “pertenecernos” a los usuarios en una extraña relación matrimonial donde hay quienes defienden su derecho a la privacidad y comparten que no autorizan a la empresa a hacer uso de lo publicado. Con todo respeto: si quieres privacidad, pues no publiques lo que consideras privado, ni en Facebook, ni en ninguna parte.

La responsabilidad en el uso de las redes sociales es una exigencia al usuario porque Facebook siempre va a responder de la misma forma: sacando el mayor provecho de los contenidos en tu muro, en el del vecino… Si tienes Instagram usará tus fotografías y no te dará un centavo por derechos.

Te sugiero que leas con detenimiento “las letras pequeñas” de la política de privacidad de Facebook, y verás que no es una editorial que finque su filosofía en el respeto a la privacidad. Tampoco te creas que es un espacio promotor del derecho a la información y, eso de la libertad de expresión, será objeto de otra reflexión.

Hasta la próxima.