Lectora, lector querido: estarás de acuerdo conmigo respecto a que el rencor casi siempre termina por parir a la venganza.

Pienso que ambas emociones son, además de terriblemente destructivas para quien las vive, también totalmente absurdas. Guardar rencor contra algo o alguien es como vivir cargando costales de piedra que acaban, invariablemente, por enfermarnos.

Además, el rencor es algo que vive en el pasado y, al vivir en el pasado con el méndigo peso que llevamos en los lomos, perdemos la oportunidad de vivir la vida en el presente, en paz y con alegría.

El rencor —que vive en el pasado—, nos incitará a buscar venganza, una venganza que, si se lleva a cabo, tendrá un sabor amargo. Eso de que la venganza es dulce no puede creerlo alguien que piense, porque al igual que el rencor, la venganza se lleva a cabo cuando ya nadie recuerda el porqué de la mentada venganza. Además, el vengativo difícilmente sabrá la razón verdadera de aquello que en el pasado le causó un dolor.

Así es, lector querido, para qué andar por la vida cargando costales llenos de piedras, contra nosotros mismos, cuando podemos viajar por la vida ligeros.

Eso de que “ah no, eso no me volverá a pasar” o “me la van a pagar”, hay que tomarlo como un simple aprendizaje de lo que nos puede suceder en la vida, pero hay que recordar, primero, que nada sucede dos veces de la misma manera y segundo, que la vida es para vivir, no para sobrevivir como “El Pípila”.

Cosa que difícilmente entenderán nuestros todo poderosos políticos que, sí tienen mucho oro y poder, pero a costa de perder la dignidad y acumular el odio de cientos de ciudadanos defraudados.