No sé si el progreso contribuye a hacer mejor al ser humano. Alguien dijo alguna vez que la diferencia entre aquel Caín que mató a su hermano, y los actuales sicarios del mal, solamente es técnica (o tecnológica, como se le quiera llamar), pues mientras el personaje bíblico utilizó una quijada de burro —según el relato—, los sicarios utilizan “cuernos de chivo”.

Una negra broma que, sin embargo, denota que los avances en cualquier campo del saber y de la técnica tienen siempre, detrás, las intenciones de un ser humano que los utiliza.

Es el uso, no las herramientas las que definen el perfil de las sociedades. Ciertamente, hay instrumentos que, me parece, son perversos desde su diseño. Si hablamos, por ejemplo, de un cuchillo, este puede ser utilizado para cortar los alimentos o para esculpir sobre un trozo de madera. Pero si hablamos de los grandes avances tecnológicos en la construcción de aviones bombarderos, o de armas de fuego de alto calibre, el fin para el que fueron creados, desde su concepción, no es bueno.

Viene a mi mente esta reflexión cuando precisamente pienso en los fines para los cuales se utilizan las herramientas del progreso, y que van desde los aparentemente inocuos, hasta los conscientemente perversos.

Trataré de explicarme y, probablemente, esto no guste mucho a los amantes del consumo tecnológico: aparte, todas las bondades y excentricidades con las que se anuncian las maravillas de la tecnología (Iphones, automóviles, etcétera) cuando queda lejos el fin por el cual fueron creadas y se convierten en credenciales de poder y estatus, hay algo que no es del todo saludable, y como dije al principio, este fin va definiendo a las sociedades donde muchos consumidores son capaces de reducir la dieta de la familia o hipotecar la casa para adquirir un auto último modelo.

Estos endeudamientos benefician a ciertos sectores de la sociedad, como son los bancos, y es así que lo que aparentemente es un fin personal que no afecta más que los bolsillos del consumidor, en realidad es la dinámica que va otorgando poder a los dueños de nuestras deudas.

Hace unos días leí una sabia reflexión de alguien que aseguraba que hoy es imposible mantener sometida a una sociedad democrática por medio de una dictadura y entonces se acude al consumo: la gente se pelea por adquirir y no tenemos otra cohesión que la que nos une por consumir.

Y para que el consumo sea dinámico y prospere, entonces se diseñan innovaciones, nuevas herramientas para necesidades que no teníamos antes de que esas herramientas aparecieran.

Los alcances de estos avances tocan, incluso, las fibras más íntimas de cada ser humano, es así que ha sido una y cien veces advertido por psicólogos sociales el hecho de que los conflictos entre parejas se ha incrementado “gracias” a las redes sociales: esas herramientas a las que les otorgamos el poder invasivo de la intimidad.

Romanticismos aparte, y volviendo a los fines de las herramientas: ya se ha convertido en un lugar común la crítica que se hace a las nuevas generaciones, y a las no tan nuevas, sobre su obsesión por los dispositivos móviles.

El asunto es simple: no son ya dispositivos de comunicación, son pequeños robots que se manipulan al antojo y capricho de sus dueños, por eso los que se comunican obsesivamente por medio de Whatsapp o messenger, aun estando en presencia de sus amigos, no son, como se dice, esclavos de los dispositivos, son amos y señores con el poder de aniquilar cualquier realidad con un teclazo, y el poder, como el estatus, seducen. Son nuevas armas cuyo fin original fue de una herramienta de comunicación.

Y ya no me queda espacio para hablar de otra herramienta: los aviones. Hace muchos años el sueño de un viajero era recorrer Europa en tren: hoy eso es una sofisticación porque los vuelos low cost, es decir, baratos, te trasladan en unas horas a donde quieres ir, aunque en el camino solamente veas nubes. No sé si eso es bueno y te permite conocer más lugares en menos tiempo, lo que me pregunto es si de verdad permite conocer o simplemente llegar más rápido y decir que has estado ahí… Cuestión de estas nuevas herramientas del progreso. Y con una de esas herramientas del progreso, he podido escribir estas líneas… En fin…

Hasta la próxima.