Llaman mi atención las preocupaciones que gran parte de la humanidad tiene para considerarse buena.

Quiero hacer mi reflexión sencilla y no embarcarme en problemas cuya solución están buscando los filósofos y los sociólogos desde hace muchos años. Ingenua y estúpida sería esta pretensión tratándose de unas cuantas líneas que me hace usted el favor de leer, encima de que no soy ni filósofo, ni sociólogo.

Me gustaría partir de una pregunta simple: ¿Tiene usted la intención deliberada de ser una mala persona? Me parece que la respuesta es NO. Aunque si la respuesta es SÍ, probablemente sea el momento de dejar de leer estas línea o, quizás, leerlas para alimentar su diversión y pueda tranquilamente burlarse de ellas.

Vamos por partes: desde que tiene usted uso de razón es muy probable que quienes le educaron le mostraran la manera de alcanzar “lo bueno”.

A usted como a mí nos enseñaron a lavarnos los dientes, a bañarnos, a comer a ciertas horas, como algo bueno para nuestra salud.

Nos dijeron que estudiar, no mentir, no robar, etcétera, nos haría buenas personas. Y así fuimos eligiendo un trabajo, tal vez un matrimonio…

Pero al lado de esas enseñanzas de quienes tuvimos la fortuna de poseer una cama donde dormir, un cepillo dental y alimento necesario, había otros que instruían a sus hijos a buscar comida en las casas o en las plazas; tal vez les inculcaron desde temprana edad a vender chicles en las esquinas. Quienes eso enseñan, también piensan que es algo bueno, porque les permite sobrevivir.

Permítame un segundo: no, no voy a hacer un discurso lastimero como el que nos recitaban nuestras madres: “Mientras tú desperdicias la comida, hay muchos niños que no tienen ni para comer”. No, no se trata de eso. Quisiera simplemente hablar de que “lo bueno” no tiene un solo significado.

A algunos se les enseña a robar, a engañar, y no porque quieran ser malas personas, sino porque el entorno y las oportunidades de esas personas no son nuestro entorno, ni tienen las mismas necesidades. Algunos son “malos” porque dígame qué les ofrece su espacio sin abrigo, arrebatado por siglos.

Todo está bien, las leyes, la moral, son herramientas que nos orientan para alcanzar una buena convivencia y a ser “buenos”. Pero pocas veces pensamos que ser “bueno” no es una virtud, sino un regalo. Ya sé, ya sé que pensará que hay gente que lo tiene todo y sin embargo, no es tan buena. ¡Vaya! No me quiero meter en asuntos de políticos y esas linduras de personas. A lo que me refiero es que juzgamos con esquemas muy dudosos y ceñimos la bondad a cosas que bien vistas son secundarias.

Hay, lo que se llaman pecados sociales. Seguramente va usted con frecuencia al supermercado. Estará de acuerdo conmigo en que un alto porcentaje de lo que hay ahí tiene fecha de caducidad; es evidente que no todo de lo que rebosan esos congeladores y los estantes, se compra. Y al no venderse, se irá a la basura. Millones de pesos invertidos en artículos que se desperdiciarán. Y uno se pregunta: ¿Mientras esto se va a la basura, es creíble que en este siglo XXI hay quien muera de hambre o de frío?

Usted no tiene la culpa, seguramente; usted ha trabajado honradamente, usted cumple con sus deberes… Sí, y usted consume a diestra y siniestra.

Perdón, perdón… No es usted, soy yo también. Pero los grandes consorcios comerciales no son malos, dan trabajo (o explotan).

Decía sobre los esquemas dudosos: estamos más preocupados por un matrimonio homosexual que por la explotación de la que son víctimas los trabajadores de esos consorcios. No nos parece malo dedicar una tarde a consumir artículos superfluos; valoramos más la castidad que la sobriedad en el comer y en vestir. Es más perverso un beso que una charla sobre marcas de ropa y aditamentos.

Y tenemos derecho de preguntarnos cómo es posible que haya seres humanos que se inmolan y destruyen a sus hermanos. No, usted no tiene la culpa, ni yo tampoco. ¿Quién?

Somos, amigo mío, una sociedad hipócrita. Y creo que lo que nos falta es guardar silencio, y replantearnos en qué bondades estamos educando, antes de ufanarnos por lo buenos que somos frente a los malvados que, vaya usted a saber, si están buscando a usted o a mí para que les demos un abrazo y nos callemos la boca.

Hasta la próxima.