Lector querido: los años traen consigo varias monadas, por ejemplo: se te desarrolla una habilidad muy especial para tirar cuanta cosa esté cerca, pero no solo lo tiras, sino que acabas hecho una sopa o embarrado hasta los calzones si tienes la desgracia de que sea algo líquido. Cuando sales a la calle es mejor que vayas al baño, no sea que te ganen “las ganas” —a menos que uses pañal, como bebé—.

Te sientes idiota, o como cavernícola, cuando usas el “teléfono inteligente”, aún más, en lugar de verlo como inteligente, lo ves como si vieras a Godzilla y a los huachicoleros juntos.

Y qué decir de los lentes, los trae uno como diadema de plástico y anda uno preguntándole a todo mundo: ¿No has visto mis lentes?, o los dejas junto al papel de baño, sobre la cama, o en el lugar más inverosímil.

La otra ¿qué día es hoy? La verdad, esa es la más triste, porque quiere decir que tu vida es más monótona que un trapo de la cocina.

Por último, te das cuenta que eres como una muela picada: uno sabe que ahí está, pero solo te acuerdas de ella cuando te duele, o si no, “por ahí te pudres” decían los abuelos.

La ventaja es que los viejos necesitan muy poco para llegar al final. Esa es la gran herramienta que le brinda la vida. Él sabe que entre más ligero el equipaje del viaje, el vuelo es mucho mejor… Aunque a veces se le olvide, ¿qué estaba diciendo?

Así nos pasa y nos seguirá pasando a esta raza, la raza humana. (¿Dónde carajos habré dejado mis lentes?)