Se recrea, se crece, se adueña, se reinventa, se agiganta, se consagra. Sí, es cierto, este comienzo es una copia por lo menos en la concepción de la idea, del poema Doce, de Oliverio Girondo, en el que todos los versos se construyen con verbos en modo reflexivo. Es que uno ve torear a Antonio Ferrera y dan ganas de enumerar todas las acciones que construyen sus lances y sus pases. Su tauromaquia reciente, es decir, la de después de la convalecencia de la fractura, cumple con todas las características atribuidas al verbo. Al igual que la categoría verbal, el toreo Ferrerista expresa acción y movimiento, existencia, consecución, condición y estado del sujeto. Sí, el estado de gracia.

En la feria de Sevilla tuvo intervenciones brillantes. Se fajó con dos toros de gran calado, aguantó los tornillazos secos, exprimió hasta el último pase y, por si faltara, fue variado, interesante y muy emotivo. Ferrera es un torero a carta cabal que se atreve, se expresa, se prueba, se supera, se sublima.

En su primera intervención en la Feria de San Isidro de este año, el torero de Villafranca del Guadiana  ha dejado muy en claro su magistral madurez, es que el torerito valiente se ha transfigurado en un maestro amante de lo exquisito. Ahora, no sólo durante sus turnos, sino toda la tarde, el matador se dedica a dictar cátedras de torería. Tras lo imaginativo de su capote está su toreo clásico que recoge honores. Tiene aroma su andar por el ruedo y sapiencia al irse del toro. Antonio Ferrara acude al rescate de una tauromaquia que se estaba ahogando en lo trivial y en la pereza de casi todos sus rutinarios compañeros. Después del percance, volvió para rescatar viejas usanzas, cosas que nunca se debieron dejar en el olvido, como el muy bello y torerísima ejercicio de ir él mismo y atravesar su capa entre el toro y el peto, para llevárselo envuelto en las alegrías de un galleo, unas mariposas o a vuelos amarillos y rosas de gaoneras de quite verdadero y no simulado. Si en banderillas es emocionante hasta el grito, con la muleta es un clásico para paladares delicados.

Me gusta ir descubriendo toreros y sumarlos a mi baraja de predilectos. Si yo fuera el dios del toreo, es decir, si yo fuera Simón Casas, confeccionaría una feria al igual que un niño construye su juego, o sea, con toda la seriedad y la inocencia del mundo. Pondría sólo a las ganaderías que tienen movilidad y bravura como características primigenias, y anunciaría sólo a toreros de categoría superior, esos que pueden bordar una faena desde la entereza del verdadero toro, como Paco Ureña, Fernando Robleño, David Mora y por supuesto, Antonio Ferrera. A los del G-5 los pondría en tardes de relleno y sólo como cortesía a los públicos que aman lo suave y lo bonito.

Revelación de torero para toreros, si algún coleta quiere ser gente que tome nota. La cátedra de Madrid fue dictada bajo el siguiente temario: Citar dejándose ver, traerse al toro embebido en la muleta, cargar la suerte y ligar los pases.  Los requisitos impuestos a los aspirantes son, entre otros, tener el corazón muy templado, comprensión de los terrenos, conocimiento a fondo de las suertes, reverenciar al pasado, amar el toreo puro, tener la imaginación despierta y -esto es imprescindible- poseer el valor de un soldado de Esparta.

Por eso digo a la manera “girondesca”, el profesor de lidia completa Antonio Ferrera está dictando cátedra y cada tarde se inventa, se apodera, se crece, se adueña, se reinventa, se agiganta, se entroniza y se consagra.