Nunca me había puesto a pensar sobre lo maravillosa que es la vida. Quizá lo más interesante es que nunca hay un día igual al otro en toda la existencia de la Tierra. ¿Por qué, para qué? Diario, aun sin darnos cuenta, aprendemos algo nuevo, a veces, casi podría pasar inadvertido, sin embargo, algo se nos quedó grabado en el cerebro: una emoción, positiva o negativa, pero ahí quedó para toda nuestra vida. 

Y eso nos ha sucedido desde que nacimos.

Entonces, imagínate cómo tendremos nuestro cerebrito y el alma, hechos pinole. Porque cada emoción que vivimos moldeará nuestra forma de pensar  y, por ende, la manera de ser. Por eso muchas veces actuamos como bipolares. Y es lógico, porque ahí dentro de nosotros sobrevive un rasgo de ternura o de bondad. Lo que padecimos en nuestra niñez fue haciendo que construyéramos un muro de defensa que nos protege del dolor, de la incomprensión.

Pa’ acabarla de jorobar, en este mundo, ser buena onda o bondadoso es sinónimo de debilidad o de plano de güeyez, lo que hace más complejo querer ser como es uno, en realidad.

Por eso, lo mejor es no rodearse de gente mala onda, cosa que, por cierto, es cada vez más difícil, a menos que quieras dedicarte a la polaca.