La gratitud no es un don, es la forma más bella de decirle al otro: sé que me reconoces como  ser humano que me amas, que valgo como tal para ti y que soy tan grande como tú, porque lo reconozco. Sin embargo, son tan pocas las personas que saben decir: gracias, además, actúan como si el mundo no los mereciera.

No sé si esto sea por falta de educación o exceso de ego; pero esto es en parte la razón por la que estamos como estamos.

Para muchos este comportamiento corresponde a una determinada generación —cosa con que no estoy de acuerdo—. Lo que sí reconozco es que la violencia que vivimos hoy es culpable de esta falta de gratitud y de otras desgracias más.

Para la gente mayor, esta situación es incompresible, porque desde pequeños nos enseñaron a decir, gracias, porque la contraparte no tenía ninguna obligación de tener “ese detalle” contigo.

Lo que no tomamos en cuenta es que el hecho de reconocer “la atención no nos convierte en agachones, ni nos hace menos, al contrario, nos convierte en un eslabón positivo de respeto y de amor que puede cambiar esta cadena de falta de valores humanos”.

Cuando aprendemos a decir gracias, con el corazón, empezamos a darnos cuenta de lo maravillosa que es la vida y que, al fin de cuentas, siempre hemos recibido más de lo que necesitamos. Por lo general sólo hemos aprendido a ver lo que nos falta.