Hay que empezar ahora, bajo la afirmación de que hoy es el mejor día para plantar el árbol que no se ha sembrado, estamos comprometidos a espabilar de inmediato. Más vale tarde que nunca, cuánto conformismo y que poca madre, nos llevan al baile y todavía aplaudimos. Es que, de verdad, no podemos seguir tolerando tanta sinvergüenzada. Se preguntarán que de qué voy, y ahora les cuento. Me ha escrito mi amigo Carlos Hernández González, mejor conocido como Carlos Pavón, que es torero, ganadero, pintor y escritor, para decirme que es tiempo de detener todas las barbaridades con las que la gente del toro le zumba a la fiesta, o sea, con el espíritu caritativo similar al que los policías emplean para darle de palos a un manifestante. Es momento de exigir cambios, y apuntar los cañones justicieros hacia el tema siempre evadido y tomado a la ligera, del exagerado tamaño de la puya mexicana.

Así que con las cosas que han pasado, entre otras, el palo seco a las filas de la novillería, que se lleva de paso al toreo verdad y a los buenos aficionados, estoy hablando del cierre de Cinco Villas, sumado el retiro del matador Ricardo Frausto -¡oh! ¡oh!, piedrita en los cojones de los dirigentes de la Asociación Nacional de Matadores de Toros y Novillos, Rejoneadores y similares-  que desesperado porque los trust taurinos -el extranjerismo me saca alergia, pero más la imprecisión del lenguaje, porque debí escribir las mafias taurinas-  se tuvo que marchar porque no toreaba nunca, mientras coletas tramposos y amafiados le encontraron el hilo a la hebra y lo hacen muy seguido, está, también, lo de la puya mexicana que es más ancha y larga por algunos milímetros que la española, para picar toros menos aparatosos y sin haber llegado a la edad adulta, como los de la península. Eso, sin contar que en casi todas las corridas se comete la felonía de arreglarles su asunto con “la leona”, que es una puya todavía mayúscula.

¡Qué vergüenza!, pero, así están las cosas. Al toro de México que, además de que es menos hondo que el español y que, por lo general, se lidia con tres años, se le ponen puyazos de diez megatones.

Me sumo a la campaña pro reducción de la puya que ha emprendido Carlos Pavón. ¡Basta ya de trampas! Debemos darle la importancia que merece el primer tercio, hacerlo implica procurárselo al resto de la lidia. Un toro bien picado se templa sin perder su fuerza y la faena crece en emoción y belleza. Señores ganaderos, siempre será un misterio el por qué ustedes han disimulado esta alevosía.

Es una pesadumbre acudir a corridas de toros realmente bravos y que uno los ha visto espléndidos en el campo, que cuando saltan a la arena, parece que van para rejones de cómo les han manipulado los cuernos y sobre todo, que al momento del encontronazo con el peto, los picadores los maten con unos puyazos formidables y repetitivos como bombardero gabacho en orfelinato sirio. Y luego, es ofensivo observar que el matador, cínico por demás, señalé al morlaco como justificando que no nos puede deleitar con su enorme arte, porque éste se ha quedado parado. “¡Pues, ¿cómo no?, maestro!, si fue lo que usted ordenó al del jamelgo”.

Otra acción que nos corresponde demandar, es que los matadores abandonen la zona de confort y que en las ocasiones que les incumban, vayan y hagan el quite.  ¡Alto ya! a las palmaditas en las pompis que se dan unos a otros, queremos que desde ahora, salgan a arrebatarse las palmas como manda la tradición.

Si aspiramos a que la fiesta sobreviva y se recupere, y que las corridas se den de una manera digna y leal, somos nosotros, los aficionados, los que debemos tomar cartas en el asunto, bronca fenomenal a la joven sardina y que no cese al primer farol de rodillas, abucheo al facineroso que se pavonea frente a ella y adhesión a aquellos que están pidiendo se achique la puya. Eso, sería defender la fiesta. Carlos, conmigo cuentas.