La emoción que provocan no es para menos. Tan buena una como las otras. La colección de fotos es de una belleza inconmensurable. Son en blanco y negro, y tomadas por un fotógrafo ruso que ha entendido la esencia de la tauromaquia, como no lo consiguen muchos aficionados nacidos en tierras taurinas. Es decir que el cosaco comprendió que lo del toreo es un rito sagrado de una belleza sublime y, al mismo tiempo, de una crudeza atroz. Me refiero al toreo con su verdad intacta, su emoción más profunda, con su gloria elevada a la última dimensión y su tragedia descarnada, combinación que si se aprecia en todo su valor, genera un éxtasis solo alcanzable por algunos iluminados.

La colección fotográfica se llama La magia del éxito de Ureña en Valencia, es del artista Sasha Gusov y fueron publicadas en el semanario taurino Aplausos.es. La serie abre con una imagen imponente en la que el maestro Paco Ureña, místico como lo es, está en el patio de cuadrillas solitario y recogido en sí mismo, ya liado el capote de paseo. La belleza de este retrato estriba en que el autor ha seguido dos reglas: La primera, que una buena fotografía se logra si el que la toma sabe dónde pararse. Y la segunda, que las buenas imágenes deben decir mucho sin pronunciar una sola palabra.

Después, vienen escenas preciosas del toreo de Ureña, pureza en el estilo, pundonoroso ofrecimiento del pecho y la entereza de cargar la suerte. Otros cromos muestran algunos desplantes y a continuación, el momento de la cogida cuando el torero murciano en el suelo hace un rictus de dolor, los ojos cerrados y la taleguilla desgarrada. La siguiente, es una foto portentosa del diestro desvaneciéndose con el vestido hecho girones y el rostro ensangrentado por el golpe que se llevó en la frente. En seguida, viene la cronología gráfica de los auxilios al hombre que yace tendido en la arena. Otra lámina muestra al diestro recuperado que camina reflexivo. Luego, un pasé más, un cite… en esas últimas imágenes, el coleta lleva una curación en la frente.

La última de la selección es la foto que más me gusta. En ella, un Paco Ureña repuesto, con la cara lavada y el traje de luces recosido se deja querer por una chica que pone sus manos a la altura casi de las hombreras y que seguro, va a besarlo. Ella, vestida de blusa oscura, pantalón corto, calza sandalias y el bolso colgado a la cintura, se está acercando para darle el premio más sencillo y valioso de la tarde, o sea, el beso del consuelo y la admiración de una mujer hospitalaria y bella. Es un bálsamo muy digno y más que merecido para alguien que no se resigna, ni se vence y traga mucho paquete. Lo mejor de la imagen, es que estando rodeados por tanta gente –es obvio, están en el ruedo- y un subalterno distraído mirando al tendido camina tras su matador, él y ella aparecen en la perfecta soledad que requiere la ternura del caso.

A veces, la vida nos da regalos conmovedores. Cuando creemos que hemos visto todo, llega un torero que encajado en sí mismo se desfonda a muletazos, entrega el corazón sin quedarse nada y nos enseña que el toreo tiene una hondura negra que aflige y que a la vez, estremece por su belleza luminosa. Del mismo modo, tras cientos de fotografías de toros vistas a lo largo de la vida, llega un ruso con su cámara y nos deja emocionados y perplejos.

Esta es la pasmosa intertextualidad del arte. La palabra viene de la literatura y se refiere a que un texto lleva a otro, pero el concepto se aplica al arte en general. Aquí, el ejemplo queda muy bien: La elevación a ritual que Paco Ureña hace de la costumbre de matar toros a estoque, llevó a Sasha Gusov a realizar imágenes que nos conmueven en lo profundo. Y, si me lo permiten, las fotos nos llevaron a este texto, que malo o bueno, juntando letras, sujeto, verbo y predicado, más alguna pirueta de retórica, tiene en su impronta la intención artística.