La senadora con licencia Blanca Alcalá Ruiz tiene un pie en el avión que le llevará a Colombia, a unos 3 mil 60 kilómetros en línea recta desde la capital del estado para cumplir la encomienda presidencial: la representación diplomática en ese país del Caribe.

El boleto de regreso no tiene fecha de vencimiento y es improbable que el retorno tenga como como plazo fatal los primeros días de abril, para cuando todos los militantes que buscan un cargo de elección popular en el proceso poblano deban solicitar licencia a sus respectivos cargos para estar en condiciones de ser inscritos por las diversas ofertas político-partidistas.

No es el único acontecimiento incierto en el nuevo derrotero de la vida profesional y política de la senadora con licencia, única mujer a quien le ha correspondido ser presidenta (con 'A' de género) de la ciudad de Puebla, cuarta más importante del país.

Como militante priista que creció y se desarrolló bajo la cultura de la línea, será imposible saber si ella misma tiene conocimiento de haber sido un alfil en el tablero de la componenda para ser sacrificada en aras de mantener acuerdos mafiosos entre los tolucos y el grupito de Puebla.

Mujer del sistema al fin, la diplomática tiene sus claroscuros. Era el mes de noviembre de 2009 cuando recibí una invitación para tomar un café con la senadora que hacía una parada en Puebla, en medio de un periplo que la llevaba de la Ciudad de México a Panamá, en donde era presidenta del Parlamento Latinoamericano. 

Un Starbucks de bulevar Juan Pablo II fue la escena de la conversación con quien en ese entonces había dicho expresamente que no estaba interesada en ser candidata para un cargo de 1 años 8 meses, como estaba previsto en el calendario electoral.

Expuso sus motivaciones que encontré razonables. Lo que ya no me pareció explicable es el cambio de decisión meses después, cuando rendía protesta como abanderada arropada por una decena de senadores y miles de militantes en el centro histórico de la capital. 

Vino la campaña y sus rudezas: misoginia, violencia política, invasión a la vida privada y un largo silencio de sus correligionarios, entre quienes estaban las dirigencias de su partido, sus compañeras de género; y los yerros estratégicos, muchos yerros. ¿La entregaron al llevarla a una candidatura que ella misma rechazaba? Ella tiene la respuesta, pero es mujer del sistema.    

Poco mérito le ha concedido la clase política local, destacadamente la priista, tan reacia a reconocer méritos que no son propios. Ya ha sido citado en este espacio un episodio que viste a la nueva integrante de la diplomacia mexicana cuando como presidenta municipal entre 2008 y 2011, pero conviene recuperarlo en este momento preciso.

El propietario de un bar ubicado en la zona de El Carmen, cuyo nombre es el mismo que del equipo de primera división de casa hizo contratar una campaña en radio con un reto cargado de misoginia, cuando el discurso por la equidad de género no ocupaba por completo la atención de las féminas: el spot decía que sería un 'mariquita' quien no atinara el resultado del próximo encuentro. Alcalá Ruiz hizo reconvenir al propietario para modificar la campaña por ofensiva, y así sucedió.

Había que ser sensible e inteligente para entender que la estrategia propagandística del local comercial era ofensivo para las mujeres en general. Nadie leyó adecuadamente el momento, salvo la mujer que ahora es embajadora. Pocos actores de la escena local han reconocido sus aportaciones a este y otros debates públicos. Que con su pan de lo coman.