Entre los evidentes acuerdos que se dieron con los gobernadores saliente y entrante, para la conformación del gabinete, hubo algunos cuya permanencia se dio de manera natural, por la cercanía con ambos personajes.

Dentro de los secretarios que repitieron carteras es evidente que Rodrigo Riestra, Patricia Vázquez y Roberto Trauwitz eran bien vistos por Tony Gali, al grado de considerarlos como propios.

Más por necesidad que por empatía, Diódoro Carrasco se colgó del puesto basado en sus cartas credenciales, mismas que no tenían ninguno de los miembros del primer círculo del nuevo gobernador.

Un caso distinto y hasta inexplicable es el del fiscal General, Víctor Carrancá, quien se afianzó en el cargo gracias a la bendición morenovallista, otorgada en función de súper legislador, ampliando el término de su gestión desde el Congreso.

Por mucho, no hay peor funcionario en los dos últimos gobiernos que el inefable Carrancá.

Y al sentirse firme por haber sido elegido por un periodo que rebasa los tiempos de Tony Gali, se ha dedicado a fortalecer una mafia, nunca antes vista en Puebla, compuesta por un despacho privado desde donde se litigan los asuntos más importantes del estado, con la garantía de que serán ganados por los abogados del señor fiscal.

Datos de la forma en la que opera esta mafia se han hecho públicos en las páginas de Intolerancia Diario y en otros medios, con nombres, montos y forma en la que terminan ganando y capitalizando estos asuntos.

Más allá de los presos políticos, de la omisión durante seis años sobre el huachicol, de la teoría del cohetón en Chalchihuapan, de la ineficiencia y corrupción de los Ministerios Públicos y de la creciente delincuencia, el señor fiscal ha logrado hacer de su dependencia una productiva industria del litigio, comandada por los hermanos Proal.

Para fortuna nuestra, todos en Puebla saben de esta mafia y las quejas directas en Casa Puebla son diarias y contundentes.

Víctor Carrancá sabe que si se quedó no fue por su capacidad, sino por un acuerdo. Y como dice el refranero: el muerto y el arrimado, a los tres días apestan.

Y este arrimado ya lleva seis meses, por lo cual el hedor resulta insoportable.