Periodísticamente, lo sucedido el día de ayer en Barcelona es un hecho que nos permite estudiar la faceta de todos aquellos que con un celular en la mano se sienten reporteros.

Para darle contexto al tema, retomaré datos duros de El País, los cuales reflejan la gravedad de este acto terrorista.

"A las 16.50 horas, una furgoneta accedió por el carril central en La Rambla de Barcelona y atropelló a decenas de personas en el atentado más grave que sufre España desde el 11-M en 2004 (y el primero yihadista desde entonces). El vehículo inició su recorrido en la plaza Catalunya y avanzó 530 metros, hasta llegar a la zona del teatro del Liceu.

Posteriormente, el sospechoso ha salido del vehículo y se dio a la fuga. No profirió ningún grito y no hubo ‘pruebas visibles’ de que fuera armado.

Fuentes oficiales han confirmado que la cifra de muertes se eleva a 13 y hay más de 100 heridos, de 18 nacionalidades. El número de fallecidos puede aumentar, según las declaraciones del mayor de los Mossos d'Esquadra, Josep Lluís Trapero.

Inmediatamente después fueron evacuadas y cerradas la Plaza Catalunya, Ronda Universitat y Pelayo, así como diferentes zonas céntricas, comercios y hoteles de la zona.

El Estado Islámico (ISIS) ha reivindicado el atentado.

Es el ataque terrorista más grave ocurrido en España desde el 11 de marzo de 2004. Un total de ocho atentados con atropello se han perpetrado en Europa en el último año."

El hecho de que esta salvajada se haya realizado en un lugar público y altamente concurrido, provocó que todos aquellos que por fortuna no resultaron lesionados, se convirtieran en reporteros potenciales, gracias a sus celulares, compaginados con las redes sociales.

Y es ahí en donde surge un conflicto de conceptos periodísticos, el cual, anteriormente se presentaba entre quienes somos parte de los medios formalmente constituidos y que ahora se masifica e involucra a todos aquellos que con un celular en la mano, se convierten en reporteros.

Y fueron las propias redes las que iniciaron el acalorado debate, entre quienes subieron videos muy fuertes, con las imágenes de los muertos y heridos, víctimas de este atentado.

Y surgen las preguntas: ¿qué debe hacer un ciudadano común al momento de ser testigo de un hecho como el de ayer, en Barcelona?

¿Debe grabar o tratar de ayudar?

Evidentemente, ayer entre los testigos hubo de los dos bandos. Unos grabaron con una impactante frialdad y otros se dedicaron a prestar auxilio.

Las imágenes que subieron a las redes algunos de estos “reporteros”, son escalofriantes.

Es evidente que quienes grabaron, se sintieron reporteros de guerra y olvidaron su sentido humano.

Si sometemos esto a una medición en el impacto en redes, concluiremos que la decisión de grabar fue la acertada: millones de vistas en Facebook y miles de RT en Twitter son una muestra de esa viralización.

El problema es que antes que reporteros de redes son ciudadanos y es justamente de lo que se olvidaron.

El trabajo de los reporteros de guerra de los medios formales es duro y su función podría justificar omisiones en el auxilio de un herido en batalla; pero aun así, son muchas las historias en donde los periodistas antepusieron su solidaridad humana al trabajo profesional.

Desafortunadamente, ayer abundaron los reporteros de las redes y escasearon las ayudas.

La frivolidad que envuelve a las redes parece alejarnos de nuestra condición humana.

Muchos de los que subieron esos dramáticos videos, daban muestras de orgullo por su “aportación”, sin darse cuenta que mientras apuntaban con la lente de su celular, podían haber salvado una vida.

¿Y qué aportaron con sus videos? 

Morbo principalmente. 

¿Y qué probaron?

Que en los momentos más importantes y determinantes, los reporteros de las redes traicionan los principios básicos de un ser humano.

Por eso es que —salvo honrosas excepciones —, la comunicación debe estar en manos de los verdaderos profesionales.

Ni más, ni menos.