La segunda marca partidista con mayores posibilidades de obtener el triunfo en el país en 2018 se desangra. Es probable que la dirigencia de Acción Nacional, en manos de Ricardo Anaya Cortés, ni siquiera se haya dado cuenta del alto costo de la factura que tendrá que pagar por esa sangría.

Empeñado en ser borracho y cantinero al mismo tiempo, tuvo que sufrir uno de los mayores descalabros de su trayectoria como líder nacional y aspirante presidencial con la imposición en la Mesa Directiva del Senado de uno de sus correligionarios, el calderonista Ernesto Cordero Arroyo. Llegó arropado por una minoría senatorial panista, pero con una mayoría priista, pues en el tablero de la política se gana y se pierde.

Fue el último capítulo, luego de la beligerante etapa inaugurada de manera unilateral por Ricardo Anaya, el domingo 26 en Chihuahua, cuando advirtió que el PAN se encontraba ‘en franco estado de guerra’ contra el PRI y el gobierno federal. Pegó primero, pero lejos de poder conseguir otro descontón, recibió respuesta contumaz.  

Alguien en su reducido círculo debió advertir al llamado “Joven Maravilla” que en política no se puede silbar ni comer pinole. En la semana previa al informe de Peña Nieto, lleno de euforia por el inicio de los foros para construir la plataforma electoral panista, el queretano lanzó bolas de lodo contra el inquilino de Los Pinos: el país se le salió de las manos en seguridad, economía y combate a la corrupción, dijo con su impecable timbre discursivo.        

Error grave en un político metódico que mide cada una de las palabras que utiliza y los escenarios en los que se desempeña. Sin advertirlo abrió un tercer frente, cuando ya tenía irresueltos otros dos, con una Margarita Zavala Gómez del Campo y Rafael Moreno Valle Rosas, sus adversarios en la interna para la candidatura presidencial, dispuestos a despedazar a quien se oponga a sus propósitos en la búsqueda del poder.

En cuestión de días, terminó por perder el liderazgo en el Congreso de la Unión, pues la línea política marcada por sus coordinadores en el Senado de la República, y eventualmente en la Cámara de Diputados, fue literalmente tirada al cesto de los papales.

Perdió la batalla con la imposición del extitular de Hacienda en la Mesa Directiva y muy probablemente, también la que encabeza para evitar que el actual titular de la PGR, Raúl Cervantes se convierta en el primer fiscal general Anticorrupción en México. 

Antes o después de los plazos y ritmo marcado por los tiempos con el inicio del quinto informe presidencial, la apertura del último periodo ordinario del Congreso General y las internas en cada una de las fuerzas políticas, el dirigente y aspirante presidencial deberá hacer su control de daños, aplicar una estrategia con la suficiente inteligencia y construir los equilibrios internos con otros grupos panistas.

De lo contrario, el descalabro que provoca la accidentada sesión en el Senado que causa el derramamiento de sangre azul será hemorragia imparable que debilitará hasta el agotamiento a la fuerza política que una vez conquistó la presidencia de México, en 2000, y con ello la posibilidad de una nueva y sana alternancia en el país.