Mara: para ti, que nos duele tanto.

Pensé salir con paparruchadas dichas hasta el cansancio sobre la afición del cura Hidalgo a los toros. Que fue ganadero, que tenía tres haciendas y que le gustaba la lidia y, luego, ya entrados en el tema, por ahí, escurrirme escribiendo sobre la distorsión de la Historia de México, siempre mal contada. Lo cierto es que la independencia que el cura de Dolores quería, era la de España. Por lo menos, eso profirió a gritos la madrugada del dieciséis de septiembre de 1810. Cien años después, en éste, el país del “por mis huevos”, Porfirio Díaz adelantó unas horas la festividad, para hacerla coincidir con su cumpleaños y por eso celebramos el quince. Lo que en realidad Hidalgo quería era que los franchutes se largaran de Madrid y que volviera Fernando VII, pero su movimiento se desvirtuó y después de guerras, fusilamientos, cabezas cortadas y tratados políticos, acabó en esto que llamamos Fiestas Patrias. Esta noche, tronaremos cientos de cohetes para espanto de los perros que temblarán aterrados, correrá el tequila en los gañotes de eufóricos compatriotas y desempolvaremos la música de mariachi –lo hacemos una vez al año– para celebrar que nos pudimos independizar de España, y que nos convertirnos por completo, en dependientes de los gringos.

No, no cederé a la tentación. Soy de los que creen que cuando se escribe, por lo menos, el que lo hace como se debe, está abriendo las ventanas para que los lectores se asomen y vean lo que lleva adentro. Sean O’faolain dijo, palabras más, palabras menos, que no es sobre un tema lo que el hombre escribe, sino que se escribe a sí mismo, y en eso estoy.

Este fin de semana habrá varias corridas según se anuncian, para celebrar la Independencia. Los nombres de los novillos –ustedes lo saben, difícilmente, a algún ruedo saltará un toro– se los puedo adelantar. Habrá varios que se llamen “Insurgente”, de “Libertador” tendremos media docena, “Patriota” y “Tricolor” infaltables en la nómina y si mucho me apuran, puede aparecer por la de toriles un “Trigarante”, bautizado por algún ganadero despistado que ignore que el episodio del Primer Imperio Mexicano debe ser borrado de la Historia nacional. Sirven también nombres, si le ponemos un poco de imaginación, como “Pozole” para un colorado y “Pambazo” para un cárdeno.

Ustedes perdonen lo irreverente y que vaya yo de aguafiestas, pero les puedo asegurar que en todas las corridas primará una de nuestras más grandes tradiciones, la de faltarle el respeto al toro de lidia. Es que la carrera desbocada de la gente del toro ya no tiene freno. ¿Cuál rito emocionante y trágico? El toreo es un negocio y la celebración de las Fiestas Patrias un motivo mercadotécnico muy a tono con la tauromaquia. Humillar al toro de lidia es una costumbre muy arraigada en nuestro país y aquí les vengo con más de lo mismo: novillos anunciados como toros, pitones serruchados sin decoro, casta menoscabada hasta la desesperación, arteros crímenes cometidos en el peto del caballo y toreros presuntuosos que se pavonean en desplantes ridículos ante los pitones de animalitos más nobles que un marqués. 

Ya me estoy imaginando los faenones antológicos, eso, y los muchos ¡viva México! Que se espetarán en la plaza. Gritos que en el fondo dicen que sí, qué viva eternamente, siempre y cuando, el que grita no tenga que hacer el menor sacrificio, ni el más mínimo esfuerzo cívico, para darle esa vida que el país, ese sí, nos lo está pidiendo a gritos.