Quedó pendiente la semana pasada y aquí está. Una encerrona no es la fiesta de cumpleaños del matador que se encierra. Es una prueba muy seria para mostrar el grado de dominio que el protagonista ha conseguido. En una encerrona, lo primero que debe de haber son toros con facha de eso, de toros y además, en puntas. Mejor, si son de diferentes encastes, para que el examinado demuestre la ciencia que a lo largo de su carrera ha alcanzado. Las lidias deben contener la ortodoxia de la verónica y la imaginación desbordada en una larga variedad de quites. Si el diestro banderillea, le incumbe hacerlo con maestría, precisión de reloj suizo y asomándose al balcón en cada embroque. Las faenas de muleta estarán comprometidas a lograrse con un pozo hondo de sentimiento y verdad, después del remate debe venir un adorno que muestre largueza de catálogo. Las estocadas corresponderán a la altura de lo obtenido con los trapos. 

El pasado dieciséis de septiembre fuimos a la “Ranchero Aguilar” en Tlaxcala, a la encerrona de José Luis Angelino. Llegamos con toda la ilusión de ver a un joven maestro que tiene mucho temple, técnica y arte, pero el desencanto nos invadió cuando salió el primer toro. Un animal de desecho con la cornamenta defectuosa. Impresentable para un examen de doctorado.

El segundo fue un toro-toro de Tenexac, precioso de lámina, cárdeno, largo como un tren, hondo y bien redondeado de culata. Además, fue bravo, noble y de buen estilo, al que José Luis Angelino toreó con la escrupulosidad y el arte que el toro requería, aunque debo decir que no lo mató, sino que el toro se cayó y un subalterno vándalo, puso el pie y cargó el peso de su cuerpo sobre el rabo para que no se levantara. Aquí, asimismo, hay que decir, que otro de la pandilla, el puntillero, cada vez que se acercaba por detrás -ya se sabe, la manera mexicana de apuntillar es traicionera, por eso, la pueden realizar gordos mañosos que no tienen otro papel en el guion-, éste, antes de dar el cachetazo, aprovechaba para sumir más el estoque disimuladamente y de inmediato, sacarlo.

Pasando por alto esos actos vandálicos, parecía que la tarde se enderezaba. Las ilusiones volvían a tomar aliento. Sin embargo, no fue así. Lo que siguió fue lastimoso, una burla para el noble público que apenas protestó la presencia del resto de la corrida en la que los toros de Atlanga, Reyes Huerta y Rancho Seco tuvieron estampa de novillos y algunos hasta de erales, y por si fuera poco, de desecho. El de don Hugo García Méndez tuvo más presencia.

Habiendo doblado el tercer bovino corrido, la encerrona cambió dogmas por relajamientos. El matador Angelino se fue a cambiar, dejando el terno manzana y oro, y poniéndose un precioso traje de charro. Vestido de esa manera y con la muy escaza presencia de los bóvidos, la tarde tomó aires de festival. Mariachis, invitaciones a banderillear sin que los invitados estuvieran a la altura, complacencias musicales y lo imperdonable, la poquedad de las sardinas.

Se han confundido los conceptos. Llevo varias encerronas que parecen la fiesta del matador. Cuando se tiene inteligencia, hay una cuestión insalvable, a la hora  de pretender engañar, se puede verle la cara a todos, menos al mismo que engaña. Angelino tiene que pasar por la criba a sus asesores.

Con toreros como José Luis Angelino, el de la faena barroca hace años en la Plaza México y allá mismo, el de la lidia perfecta al toro de De Haro, siempre me queda la esperanza de que en el cuarto del hotel, cuando el diestro toma el regaderazo y en la soledad del cuarto de baño se acaba la coba, frente al espejo queda un hombre desnudo que se conoce a sí mismo, que sabe que todo ha sido simulado y que no lo ha conseguido, que tiene la certeza de que consiguió un éxito económico, un kilo de orejas baratísimas y las fotos de la salida a hombros que exige el apoderado, pero que la prueba no fue lo que él esperaba. La competencia más dura es la que se da contra uno mismo. Además, la vida es muy lista y harto coqueta, en las pruebas más trascendentales de nuestra existencia, nos da doble papel, el de examinado y el de sinodal, y así, ¿a dónde carajos cabe el engaño?