¿Qué estoy diciendo cuando digo que soy mexicano? ¿Qué tengo que ver con los galardonados en las ciencias, en el deporte, en las artes, cuando se refieren a sí mismos como mexicanos? ¿Qué me une realmente a esos héroes que se dan la mano ante la desolación de la desgracia? ¿Cómo puedo llamarme mexicano ante el otro que también se llama así, pero sus manos están encallecidas por la tierra que hace suya a fuerza de alimentarla? ¿O con el que madruga cada día y con una mala taza de café, sabe que no volverá hasta entrada la noche? ¿Y qué tengo que ver con el abusador que espera la pena de muerte en los Estados Unidos de Norteamérica y que declara, bajo juramento de decir nada más que la verdad, que es mexicano? ¿Y con los que renuncian al país para buscar la promesa, aún a costa de la humillación, y que deben decir a la migra, con la cabeza baja, que son mexicanos? ¿Y con los que esperan acechando para cortar cabezas, torturar, violar? ¿Y con los que sin el menor escrúpulo despilfarran el dinero que pertenece aun pueblo burlado? ¿Y con los que tienen a su compadre, a su hermano, a su amigo que les hace “el paro” y les consigue buena chamba o la evasión de la ley? ¿Qué tengo que ver con ellos, con los gandallas, los profesionistas corruptos, cuando me reconozco y me nombro mexicano?

¿Qué tengo que ver con el damnificado por profesión que espera y chantajea para vivir del paternalismo de un gobierno? ¿Qué tengo que ver yo con el que, sin importar sus años, y su cansancio, sigue trabajando, una vez que ha dado todo por sus hijos? ¿Qué tengo que ver con los trabajadores explotados o con los falsos maestros a quienes importan sus prerrogativas y no la educación de los niños? ¿Qué me une a la prostituta, al tratante, al juez, al académico, al macho maltratador, a la mujer sufriente o victimizada, al estudiante honesto y al tramposo? ¿A las muertas y a los muertos impunemente? En las actas de nacimiento, en las de ellos y en la mía, consta que somos mexicanos. Pero me pregunto: ¿será posible decir sin equívocos, que soy mexicano? ¿Sin riesgo de abrir la duda sobre a cuál de todos estos mexicanos pertenezco? 

¿A todos?

Hace unos días, tras la tragedia… Por cierto, “tragedia” es una palabra que se ha desgastado, pero no se desgasta para quienes han vivido la impotencia y el dolor que tarda mucho en ser sanado… Decía que tras la tragedia, se hacen muchos nudos en la garganta cuando uno recorre las calles devastadas y mira a la gente tratando de poner una cortina de pasado y luchar por retomar la vida; esa vida que ha sufrido una tarascada que aún no cicatriza y, Dios sabrá cuando sane. Y en esos nudos está la pregunta por nuestra mexicanidad. Soy mexicano con ellos y como ellos.

Y en este embrollo de saberme mexicano me asalta la falta de una respuesta más: ¿Será que necesitamos esta devastación para voltear la mirada enfurecida ante lo incontrolable, y dejar que las manos sangren para sacar de los escombros a quienes sin culpa han sido sepultados?

¿Qué está dormido y de pronto despierta y corre en las venas de quienes no duermen y se dejan el aliento para salvar al hermano anónimo? Y por qué es necesario esperar a que nos apalee la naturaleza para sabernos hermanos.

Cuánta corrupción, cuántas transas gritan desde las piedras demolidas y edificios derruidos. Transas hechas sin el menor escrúpulo y sin una perspectiva de futuro que habría de cobrarse nuestra comodidad y nuestro falso bienestar.

¿Qué es México? Seguimos caminando en esa pregunta llena de resentimientos que quiere ser respondida ante la amenaza de la aniquilación.

Me queda y nos queda la oración. No la del fariseo. La oración que se eleva en este templo de la desgracia, para cambiar, porque, a pesar de todo, creo que es posible.

Quiero decir que soy mexicano, el que ha despertado y no quiere volver a dormirse.

Hasta la próxima.