Descanse en paz. Hacen falta mesías como él, salvadores del espectáculo más bello del mundo. Quedan muy pocos amantes del verdadero toreo y el resto, se lo está cargando con un entusiasmo del carajo. Abundan los mercenarios de la muleta y los criadores que son más blandos y mansos que sus propios toros, que ya es decir.

Él, apareció en el ambiente cuando los otros ganaderos apostaban por lo contrario. Este hombre se la jugó decidido en busca de un bovino con movilidad, fiero y encastado, que requiere de una lidia valiente y técnica redundando en la profunda e incomparable belleza que es una faena a un toro de verdad.

Por eso, ahora que se ha marchado para siempre, a miles de kilómetros y sin haberlo tratado con la cercanía que me hubiera encantado -sólo pude hablar con él ocasionalmente- con profunda tristeza, pero con una enorme gratitud, le dedico un homenaje íntimo de profundo respeto y sincero reconocimiento.

En los tiempos del predominio de lo insulso, Victorino Martín nos devolvió las columnas angulares de la tauromaquia. Por eso, los aficionados le debemos tanto. Fue un hombre valiente que no se plegó a las peticiones de las figuras, nunca rebajó bravura y casta en aras del insulso toreo bonito, ni se dedicó a la venta de morlacos sardinos que abonan a la compra de granos y pasturas.

Es insólito en la historia del toreo, que sean media docena de toros los que hagan que las empresas tengan que colgar el cartel de “No hay billetes”. Cuando se anuncian los famosos “victorinos”, los nombres de los que van a lidiarlos sólo son un complemento en las variantes del programa, porque el majestuoso espectáculo está garantizado y corre a cargo de la “victorinada”, que ya salga en plan “alimaña” -como bautizó Francisco Ruiz Miguel a los pupilos de esta casa que salen malos- o en plan toro de apoteosis, el espectador siempre gana por el juego emocionante que brindan en la arena.

¡Adiós a don Victorino Martín Andrés!. La gratitud de aficionado anuda en mi gañote el sentimiento de la despedida. Este hombre nos deja el grandísimo legado de sus míticos toros, pero, sobre todo, la convicción de que los idealistas tenemos la posibilidad de consumar nuestros sueños. Porque sólo fue con ilusión –los bolsillos estaban vacíos- que dejó la carnicería familiar para hacerse de una punta de vacas de Albaserrada y poner en marcha la idea que lo tenía obsesionado: obtener un tipo de toro que aunara bravura, movilidad, fijeza y buen estilo, es decir, un toro que trajera de nuevo la tremenda emoción que se había ido del ruedo, unificado a una gran belleza de estampa.

Victorino es el autor del mito y la leyenda de los cárdenos, cariarratados, veletos o cornipasos, astifinos, que agrandaron el prestigio del hierro de la “A” coronada y de los colores grana y azul rey, que ondean en los lomos de los merengues más bravos de España y con ello, estamos diciendo del mundo.

De “Baratero”, lidiado por Andrés Vázquez en Las Ventas en 1969 a “Cobradiezmos” que indultó Manuel Escribano en Sevilla en 2016, pasando por tantos otros como “Conducido”, “Pobretón”, “Playero”, “Mosquetero”, “Gastoso”, “Carcelero”, “Velador”, “Vencedor”, “Bodeguero”, “Gargantillo”, “Jaquetón”, la historia se dirime y la leyenda se construye paso a paso.

El relato empieza con el marqués de Albaserrada y la compra de los primeros “saltillos”. Luego, en 1960, los hermanos Victorino y Adolfo compran a Florentina Escudero su parte de la ganadería. El año de 1968 fue fatídico, el semental “Hospiciano” manda al ganadero  al hospital con nueve cornadas en el cuerpo. El palmarés crece, premio a la corrida más completa de la feria de San Isidro del año 1975. La “Corrida del siglo” –conozco de memoria cada lance y cada pase, y la narración suprema de Matías Prats Cañete- con Ruiz Miguel, Luis Francisco Esplá y José Luis Palomar, cada uno de ellos con un par de huevos exactamente donde hay que tenerlos, y que se lidió en 1982. Premio Corrida más completa de la isidrada, en el año 2000. Las salidas a hombros de El Cid en Sevilla y en Madrid y muchos reconocimientos y galardones más.

Con el ganadero del diente de oro, ganaron la verdad, la tauromaquia y nosotros. Hay personas que engalanan el mundo, Victorino Martín Andrés es una de ellas. Por eso, hoy, desde el rincón de la tierra en que me tocó vivir, agito emocionado mi pañuelo blanco. ¡Adiós, ganadero inconmensurable!. ¡Adiós y gracias!, desde el fondo de mi corazón, ¡por su respeto al toro bravo, muchas gracias!